El país de los milagros

Después de escuchar el informe del presidente Evo Morales con motivo de nuestro aniversario patrio, creo más en los milagros, no por el contenido del mismo, sino por su breve duración que no llegó a dos horas; mientras valoraba ese prodigio, apareció encima de mi mesa de redacción una buena cantidad de dinero y un mensaje escrito a mano que decía: “Regalo de la Virgen de Urkupiña por acompañarme a bailar y a rezar en su honor en Quillacollo”. Como el texto no llevaba firma, quedé absorto ante semejante generosidad, de mi discípula periodística.

Instalado en una de sus casas, me dirigí al Templo de San Ildefonso a agradecer a la Virgencita de Urkupiña por ese primer milagro.

El templo estaba lleno de pecadores como yo, aunque con la diferencia de que yo gano mi dinero trabajando a mis ochenta años de edad y que la mayoría de quienes llenaban el templo eran blindados, pues no podían arrodillarse ni sentarse, por lo que imploré a la mamita de Urkupiña perdón para todos aquellos que se beneficiaron con los dineros del Primer Fondo Indígena.

Como en esta fiesta religiosa no todo es rezar, salí del lugar sagrado para encontrarme con Macacha y mis compañeros de la Morenada “Los negritos Simpáticos de Poto Poto” para mover un poco la corpada, preparándonos para el “día de la entrada”.

En uno de los actos sociales a los que fuimos invitados nos encontramos con algunos personajes cultos de Santa Cruz, Cochabamba, y La Paz, quienes me enseñaron acerca del hecho ilustrativo de un país que vive todo el año pidiendo milagros a la Madre de Dios bajo distintas advocaciones: la Virgen de Urkupiña, la Virgen de Cotoca, la Virgen de Copacabana, la Virgen del Carmen, la Virgen del Socavón, la Virgen de Guadalupe y la Virgen de Chaguaya; cuya protección y milagros son las razones de nuestra supervivencia y relativa felicidad.

De esa acción sobrenatural dimana el hecho de continuar bailando felices durante todo el año, mientras los políticos que nos gobiernan despliegan sus peores atributos y sus apetitos más primitivos bajo el manto de una publicidad financiada con nuestros impuestos.

Mientras tanto sigamos orando y bailando ante la Virgen de Urkupiña y otras advocaciones de la Madre de Dios.