OPINIÓN    

Estrategias de ilusionistas

Ernesto Bascopé Guzmán



En el arte del ilusionismo, en la base de los espectáculos de magia, una de las tareas esenciales consiste en dirigir la atención del espectador lejos de donde ocurren los cambios reales. Así, un buen prestidigitador hará gestos y malabares con una mano, seguro de que su público no notará lo que hace con la otra. En la mayor parte de los casos, el auditorio sabe que se trata de un engaño y se divierte con un juego bastante inofensivo, dentro de todo. Desafortunadamente, no siempre es el caso.

Este juego resulta menos inocente, por ejemplo, cuando lo practican algunas grandes empresas. En este campo, se invierte grandes sumas de dinero para destacar los supuestos valores y principios de una compañía determinada. Con esta distracción, se impide a los consumidores observar con más detalle el impacto de dicha empresa en el medioambiente o sus prácticas laborales abusivas.

Por otra parte, existen pocas áreas donde se aplique esta estrategia con más frecuencia que en el mundo de la política. Y con resultados al parecer muy positivos, a juzgar por su utilización reiterada y constante. La política nacional no es la excepción, lamentablemente.

El ejemplo más evidente en estos tiempos es el debate sobre la fecha de las elecciones nacionales, previstas hasta el momento para inicios de septiembre. El tema ha ocupado la agenda mediática y política durante semanas, desplazando de manera muy conveniente otros asuntos que merecen con urgencia una profunda reflexión.

Uno de esos temas olvidados es la administración pública. En este caso, es evidente que la politización del aparato burocrático va en detrimento de su eficacia y eficiencia. De hecho, una de las razones que explican la incapacidad del Estado para responder a la emergencia sanitaria tiene que ver con décadas de malas prácticas, entre las que destaca la repartición de cargos públicos en función de la militancia, antes que de la competencia profesional. Es un tema que nuestra sociedad debe resolver de manera inmediata.

Otro tema, igual de esencial, es la economía. No es un secreto que nos enfrentamos a la peor crisis mundial en cerca de un siglo. Es necesario, en consecuencia, tomar medidas que mitiguen el impacto de esta debacle universal en la vida de los bolivianos. Y tienen que ser medidas radicales, con un fuerte componente social y que eliminen todos los obstáculos, administrativos o jurídicos, que limitan la creación de empresas competitivas. Si no lo hacemos, la calidad de vida y perspectivas de una generación entera, la más joven, estarán en serio peligro.

En ambos casos, los candidatos han sido extremadamente discretos en cuanto a sus propuestas. Sin excepción, se han limitado a enunciar lugares comunes y buenos deseos. Así, algunos nos prometen que “lucharán contra la corrupción y la ineficiencia” o que “reactivarán el aparato productivo”, sin proporcionar la sombra de un detalle respecto a cómo lograrán semejantes proezas.

La explicación para tanta ambigüedad tiene que ver, muy probablemente, con una incapacidad para imaginar otras formas de administrar el Estado y una absoluta ausencia de ideas para crear condiciones favorables para la iniciativa privada. O peor aún, el silencio de los candidatos podría deberse al deseo de conservar el statu quo: una administración pública que se reparte entre militantes, familiares y amigos, y una economía bajo el control pernicioso del Estado.

Es comprensible, entonces, que concentren sus argumentos en la fecha de las elecciones, ya sea a favor o en contra de realizarlas en septiembre. Podría suponerse que no se debe necesariamente a una preocupación por la democracia o la salud de los ciudadanos. En realidad, y hay que reiterar esta sospecha, si los políticos se agitan tanto por este tema, sería más bien porque es una manera muy oportuna de esquivar los temas esenciales.

Bolivia necesita que su clase política proponga soluciones innovadoras y creativas, tanto para reformar el Estado como para favorecer el crecimiento económico. En lugar de ello, parecen dedicados a un juego de magia, como si no atravesáramos una catástrofe planetaria y como si las cosas fueran a retornar a la situación anterior a la pandemia. Podría tratarse de un severo caso de miopía política o tal vez han terminado por creer en sus propias ilusiones. En cualquier caso, nos toca a los ciudadanos exigir a todos los candidatos el fin de este mediocre acto de magia.

El autor es politólogo.

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