OPINIÓN    

Opinión en cuarentena

Heberto Arduz Ruiz



A no descabezar monumentos, como lo hacen en estos días en el exterior del país, con bustos y estatuas que testimonian otras épocas históricas, diferentes a la que nos toca vivir, pero que --nos guste o no-- pasó por los círculos del tiempo. Y si no comulgamos con los principios o creencias de las personas de edades pretéritas, respetemos dichas representaciones metálicas, o de la textura que fueran, y las dejaremos donde se encuentran estáticas, impertérritas.

A quienes no estén de acuerdo, para su consuelo les aseguro que las palomas con sus excreciones cotidianas nos desquitan de la diversidad de opinión. Los humanos no podemos escupir al cielo por lo que aconteció un día tan lejano y cubrió la faz de otro mundo, distinto al que habitamos. Quizás si cavilamos sobre lo que hizo o no tal o cual personaje en el año 1500 o el 2000, pareciéndonos estupideces, lleguemos al convencimiento de que somos, o podemos ser mejores. Por tanto, no cometamos la estupidez de no respetar el pasado.

Las metas y sueños de la humanidad descansan en las obras de arte, que no sólo hablan del ayer si no cantan al oído --la música-- o muestran a los ojos --pintura, escultura, arquitectura y cine-- la grandeza espiritual de todos los tiempos.

Al abrigar prejuicios, las limitaciones de la mente afectan, son nocivas; por lo que es necesario liberarnos de todo ello con criterio de amplitud y comprensión. El mundo marcha hacia adelante, al menos así debiera ser, sin retrocesos vanos, inútiles.

A veces se endiosa a un jugador de fútbol al margen de las facetas de su vida íntima. Y no por ello el ídolo va a caer de su pedestal, pues no lo juzgamos por la integridad de su persona sino porque como nadie sabe estrellar el balón en el arco enemigo; aunque en la vida real se critique los desórdenes mentales o vicios personales. Allá él y aquí nosotros.

Desde los albores de la humanidad, en alternancia hubo gente mala y buena, quizás una mayoría de perversos que cometieron y cometen actos de vandalismo frente a otras personas normales, civilizadas. Y si algún bárbaro subsiste en tu ciudad personificado en una ofrenda de metal, al pasar lo veremos con ojos críticos, y lo positivo es saber que los perros que acierten a pasar por el lugar levantarán una pata y le darán, a cuenta de nosotros, un baño de dignidad canina.

En Europa, tal vez por seguridad, más allá de principios estéticos ubican las estatuas en la cima de los edificios, dando prestancia a las construcciones. Así nadie se tentará, a no ser que sea el hombre araña, para derribar el bronce desde las alturas donde moran en silencio.

Esta modalidad las resguarda, en la jungla de cemento, donde cada uno quiere hacer lo que le venga en gana, sin interesarles la opinión ajena.

Aquí puede haber un paralelo con los adolescentes que pintarrajean las paredes de los inmuebles y los dejan un estropajo, afectando la belleza del barrio o el costo, finalmente, que representó para el dueño de casa mandar a pintar la fachada y vivir como Dios manda. Los chiquillos desubicados no razonan, por ello causan daño no teniendo el propósito tal vez, o no miden el tamaño de su travesura.

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