OPINIÓN    

Compasión en tiempos de angustia

José Antonio Navia Alanez



El estado de inquietud y angustia en que vive la humanidad por causa de la pandemia del coronavirus, está causando dolorosas convulsiones y una tremenda desorientación en todas las estructuras sociales. La gente ya no sabe qué es lo que debe creer o negar, estamos viviendo en un abismo de desesperación, y esta desesperación adquiere para muchos los caracteres de una obsesión petrificadora, que se lo puede manifestar como crisis, desesperación, depresión. La humanidad de nuestra época está viviendo en un estado perenne de pánico, de inquietud por causa de este mal. Los frutos de estas desoladoras preocupaciones nos deben hacer pensar, nos deben hacer reflexionar sobre por qué están pasando estas calamidades, cuál es la causa de estos desequilibrios del hombre. Será por la falta de ideales nobles, por la falta de una fe fecunda y prodigiosa, será porque la sociedad pone sus esperanzas en el poder económico. La Biblia en el Antiguo Testamento, en el libro de Lucas (12 – 15) dice: “La vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. Los recursos acumulados en tiempos de prosperidad se los está dilapidando rápidamente, las convulsiones del terreno económico y social amenazan de ruina a una civilización que puso excepcional confianza en los bienes materiales. Hoy la fe religiosa de millones de personas se encuentra a la deriva, porque su fe se basa en las acumulaciones y el consumismo, todo esto nos está llevando a la decadencia del espíritu religioso. Por todo lo expuesto, es de imperiosa necesidad contribuir al resurgimiento de la religión, para que no exista esta anarquía universal. Todas las naciones deben volver sus ojos hacia la divinidad, como un principio del orden, justicia, rectitud, equilibrio y prudencia. Hoy más que nunca debemos acercarnos a Dios, en estos momentos de angustia y lágrimas que está pasando la humanidad por causa de la pandemia. Solo podemos enfrentar esta enfermedad, que nos está haciendo pasar oscuros días, con la construcción de una fuerza colectiva inmensa de hombres realmente cristianos e inspirados por el culto de la fe, y esta fe será como un renacer de las grandes y nobles esperanzas. La salvación del mundo no está en la acumulación de enormes masas de materiales bíblicos, sino en el progreso espiritual y así tendremos una paz interior y un equilibrio moral. La humanidad de hoy necesita compasión por estos momentos de ansiedad, de pánico que estamos atravesando por causa de esta enfermedad. De igual forma nuestra madre tierra clama compasión, por la destrucción de los recursos naturales, la contaminación del aire, del agua, la contaminación del ambiente humano.

En nuestra época, como en ninguna otra, a nuestra sociedad le faltan ideales misericordiosos, vivimos en un escenario de individualismo, inmisericordia, egoísmo, por todo esto no vemos compasión hacia el prójimo. Uno de los principales objetivos, en estos momentos de desesperación, debería de consistir en ayudar a la gente de bajos recursos económicos.

Lamentablemente, nuestra sociedad no se muestra tan sensible ante el sufrimiento por el que está pasando mucha gente. La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10. 29 – 37) nos da un ejemplo de conducta y valores que todos debemos practicar, como ser compasión, compromiso y amor. La compasión es una gran virtud, que está relacionada con la generosidad y el servicio al más necesitado.

La sociedad irá hacia la destrucción mientras continúe basando su organización en los principios erróneos de la sabiduría personal. Por esto parlamentarios, asambleístas, concejales carecen de sensibilidad social, no tienen sentimientos nobles como para poder comprender las angustias y necesidades de la gente de bajos recursos económicos, en estos momentos de la pandemia. Ellos no mostraron generosidad, ellos deberían tener una actitud más generosa hacia los más necesitados, porque gracias al pueblo ellos están donde están. O será que sus esperanzas están en el disfrute de los bienes materiales, como casas, autos lujosos, artefactos costosos, etc. Todo esto corrompe el alma, por todo esto vemos inmisericordia, insensibilidad hacia el prójimo. En el Nuevo Testamento, en el libro de San Mateo (23 – 23), Jesús hace una acusación a los escribas y fariseos, “¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que separan para Dios la décima parte de la menta, del anís, y del comino, pero no hacen caso de las enseñanzas más importantes de la ley, que son la justicia, la misericordia y la fidelidad. Esto es lo que deben de hacer, sin dejar de hacer lo otro”.

Hoy más que nunca, tratemos de vencer todos los estorbos en nosotros, y hacer un discernimiento espiritual, para ser más compasivos, y ser más empáticos con nuestro prójimo y así tendremos una calidad de vida más perfecta: “Cuando yo era niño; hablaba, pensaba y razonaba como un niño, pero al hacerme hombre, deje atrás todo lo que era propio de un niño” (1Co. 13 – 11).

Nuestra voluntad y la práctica de los valores, las virtudes, el conocimiento sobre Dios y el amor intelectual serán la fuerza del alma, que nos hará libres de todas las angustias que está soportando la humanidad por causa del coronavirus, en este siglo malhadado.

El autor es Teólogo.

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