La mayoría de los ciudadanos que transitan por el centro de la ciudad temen ser asaltados y se sienten inseguros al abordar un vehículo del servicio público.
“Me dirigía al mercado, traía una bolsa y mi billetera en la mano, porque salir con cartera es peligroso. Tenía 300 bolivianos y una moneda de dos; me aproximé a un puesto de dulces para comprar un chicle y, cuando sacaba la moneda para pagar, alguien me arrebató la carterita. Lo hizo de una forma tan veloz que casi ni me percaté. Me robaron a plena luz de día y nadie dijo nada…”, relató Carla Arteaga una ciudadana que como muchos, fue víctima del delito en el día y en el centro de la urbe.
Como este testimonio hay cientos. Casi todos coinciden en afirmar que jamás recuperaron lo que les hurtaron y que desde entonces toman sus previsiones, por ejemplo no guardar la billetera en el bolsillo de atrás, no ir con prendas deportivas y menos llevar joyas.
Del temor se pasa en un santiamén al horror, cuando el ciudadano ha experimentado una terrible experiencia en carne propia o en la de un allegado.
“Tomé un radiotaxi desde la Pérez Velazco hasta Los Pinos. Me extrañó que durante todo el camino el chofer no paró para recibir ni un pasajero más. Comenzó a conversarme para ganar mi confianza, al llegar a la 17 de Obrajes desvió el vehículo por caminos oscuros y se detuvo, entonces subieron dos hombres. De pronto me di cuenta que era un rapto. Me colocaron una soga en el cuello y comenzaron a insultarme. Yo no traía dinero, sólo tenía mi tarjeta de crédito. A golpes y apuntándome con un revólver en la sien me obligaron a decirles el número del pin. Cuando confesé la clave, uno de ellos salió corriendo del trufi con mi tarjeta en mano. Lloré y clamé por mi vida, así pasé los 20 minutos más terroríficos de mi vida, rogando que me dejaran vivir. En aquel momento no me importó que sacaran todo el dinero de la cuenta bancaria, yo sólo quería volver al lado mis dos hijas. Volvió el hombre con mi dinero y les hizo una señal a los demás. Me dieron un golpe y gracias a Dios me dejaron ir. En ese instante volví a nacer”, cuenta José Luis Torres, otro ciudadano que compartió su testimonio sobre inseguridad ciudadana.
Como los dos anteriores relatos, por lo menos una decena de personas coincidieron en afirmar a EL DIARIO que lo que más temen, cuando salen a las calles es “ser víctimas del delito”.
Según cifras manejadas por la Policía Boliviana, Fuerza Especial contra el Crimen, sólo en el mes de enero se atendieron 702 casos y de éstos 219 fueron robos y 108 de corrupción pública, como los más relevantes.
Estos datos revelados señalan que el delito en las calles céntricas de La Paz está latente.
Según explicó la concejala municipal por el macrodistrito, Blanca Soliz, “el Gobierno Municipal de La Paz está consciente de esta problemática y está tratando de coordinar con Policía y juntas de vecinos para prevenir hechos delictivos”.
Relató que el pasado año, los vecinos de la plaza Eguino equiparon con su dinero al módulo policial pero, de manera paradójica, fueron los propios delincuentes quienes se encargaron de destrozar el lugar.
En el rubro delitos contra la propiedad, la Policía Boliviana es llamada directamente a brindar la seguridad, sin embargo, la carencia de oficiales en el macrodistrito Centro es notoria.
Aunque la Policía no brinda razones por esta ausencia, el alcalde Luis Revilla declaró que desde agosto del pasado año la Dirección Especial de Seguridad Ciudadana envió cartas al Comando Departamental de la Policía con una propuesta del convenio que se pretende firmar con ellos. Ante el constante cambio de comandantes se reiteraron las notas en diferentes fechas.
En noviembre del 2011 el comandante Departamental de la Policía, Cnl. Alberto Aracena, remitió la carta y el borrador del convenio al Comando General de la Policía Boliviana, la misma que fue rechazada por la institución del orden con el argumento que el convenio no se ajusta a la normativa legal vigente.
En consecuencia, hasta que la Policía y la Alcaldía solucionen sus diferencias, el delito campea en céntricas calles y el ciudadano paceño vive con “el Jesús en la boca”.
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