[Ramiro H. Loza]

“Chile viejo” y “Chile nuevo” en enfoque guerrero


Chile hizo de la Guerra del Pacífico un requisito de identidad nacional y de supervivencia como Estado, derivando en un espíritu belicoso que se sintetiza lacónicamente como el arribo a la “edad viril”. Esa tendencia fue su arma para enfrentar a la indomable raza araucana a fin de llevar el “Chile civilizado” a la “frontera sur”. Logrado de alguna manera lo anterior a sangre y fuego, la codicia del salitre y del guano que atesoraban el Litoral boliviano y las provincias peruanas de Tarapacá le hicieron consentir la posibilidad de extender a la frontera “norte” su infatuada misión “civilizadora”.

Sobre el menosprecio a sus vecinos montó una estrategia de creciente nacionalismo en lo interno y para ganar a su causa a los países “civilizados”, pregonando “una y otra vez que Chile era no sólo militar y jurídicamente superior, sino que también lo era a nivel moral e incluso racial”, según reporta Carmen Mc Evoy en su obra Guerreros civilizadores, quien, dicho sea de paso, escudriña con tenacidad los meandros políticos del “Chile viejo” y del “Chile nuevo”, dicotomía imaginariamente divisoria de un pasado y un presente o un antes y un después, pero fundida en un común molde portaliano, aunque los personajes, más que los partidos, se rotularan conservadores unos y liberales otros, derrochando ambos el mismo estilo pragmático, utilitario y ambicioso, plasmado en una continuidad característica de la clase dirigente chilena.

La prueba radica en que Aníbal Pinto y Domingo Santa María, presidentes de Chile durante la contienda, en concordancia a su liberalismo orientaron con cálculo frío y visión práctica a sus fuerzas bélicas hacia los objetivos largamente urdidos, como a su vez lo habrían hecho sus “rivales” conservadores, además que unos y otros fueron diestros manipuladores del cambalache y el acomodo político, por supuesto, al igual que los políticos del resto del hemisferio. Sin embargo debe reconocerse que a diferencia consuetudinaria de Bolivia y Perú, los personajes chilenos notables deponían el partidismo otorgando mayor solidez a la conducción de la nave del Estado. Esta cohesión en el mando no evitaba que la prensa panfletaria apuntara su vasto arsenal contra el blanco de los gobiernos.

El supuesto país culto y modélico diferenciado de la anarquía de sus vecinos fue más una leyenda que una realidad. Una variedad de hechos lo desmienten rotundamente: el vasto Valle central, Chiloé, el departamento de Rancagua con sus 34 subdelegaciones y otros, eran pasto de bandoleros y asaltantes, para cuya represión muchos intendentes acudían con frecuencia a la Moneda en demanda de pertrechos. En el sur los indígenas no daban tregua, al punto que el General José Manuel Pinto poco antes de la Guerra del Pacífico, emprendió una campaña de exterminio también a nombre del “Chile civilizado”. La misma Carmen Mc Evoy, citando al entendido autor Bengoa, reporta: “se incendiaron rucas, se mató y capturó a mujeres y niños institucionalizando el saqueo y el robo como una manera de compensar al ejército”. El genocidio de araucanos o mapuches junto a la inestabilidad política y social, no ofrecen diferencias con el resto del continente latinoamericano, siendo aun más grave, como se ve, el cuadro de la convivencia social de la Nación austral.

Estas acciones punitivas antes, después y durante la guerra patentaron oficialmente a sus huestes para el reto a sus vecinos, al paso que estos -Bolivia y Perú- no pueden ser inculpados de exterminio de originarios. Es más, consumadas sus conquistas territoriales, las pasiones políticas desataron una nueva guerra civil en 1891, poniendo en aprietos a los pregoneros del “prestigio” otorgado por la victoria.

El escritor Gonzalo Bulnes se destaca como uno de los pioneros de la exaltación de un subido nacionalismo, seguido de una multitud de émulos. Este fenómeno que agotó imprentas desde el cese de las hostilidades en el Siglo XIX no ha parado hasta el presente, repitiendo el mismo discurso de “sus pares decimonónicos”. Un velo cubre los estragos consumados en la costa peruana incluida Lima y el Norte, a la par que los desmanes del “Ejército Expedicionario” a órdenes de Manuel Baquedano y su ejecutor Patricio Lynch, famoso por su implacable crueldad.

Que el erario fiscal “se hallaba por esa fecha (la de la Guerra) en los límites de la indigencia” y que la pobreza era generalizada, parece otro embuste que se contradice por la construcción de acorazados con alto costo en los astilleros ingleses, con los que logró imponerse en el Pacífico, así como el moderno armamento adquirido para dotar por lo menos a 25.000 efectivos al comienzo de las hostilidades, con lo cual aventajaba de lejos a sus desorganizados y empobrecidos adversarios. En Santiago la guerra fue concebida en clave de una empresa rentable por las riquezas de los territorios ocupados. Sus frutos fueron inmediatos y aún hoy constituyen un soporte importante de la economía chilena.

loza_ramiro@hotmail.com

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