[Alberto Zuazo]

Punto aparte

Auxilios a damnificados del Beni


Ha sido muy deplorable o, por lo menos, fue un equívoco que el Gobierno hubiera asumido una actitud política frente al inmenso drama del Beni, al menos en sus inicios. El caso es que, una vez ocurrida la desgracia, que aún persiste, a la Iglesia Católica le correspondería organizar una campaña de auxilio a los damnificados.

El Arzobispado de La Paz debe asumir la conducción de la misma, con el aporte de instituciones y de la población civil en general. Nadie puede ser indiferente ante la magnitud de los daños que causaron las tormentas e inundaciones en el Departamento del Beni y el Norte de La Paz. Mucho menos la Iglesia Católica.

En aquellas regiones, de acuerdo con los informes de sus autoridades, divulgados por medios de comunicación de esta capital, unas 60.000 familias perdieron sus viviendas, sus bienes, enseres personales y su seguridad. Las tormentas e inundaciones cobraron por lo menos una decena de vidas.

Las carencias que ahora están sufriendo las familias damnificadas ameritan que la Iglesia Católica de La Paz se movilice en apoyo de las víctimas. Sin duda, será secundada por toda la población.

Cabe anotar, sin embargo, que el Ministerio de Defensa movilizó a las Fuerzas Armadas, en especial a la Fuerza Aérea, que despachó helicópteros y aviones para llevar alimentos, agua y ropa a los damnificados, en la medida que era posible operar por vía aérea, pues la mayor parte de los espacios de aterrizaje estaban inundados.

En estos momentos, la exigencia mayor es evacuar a aquellas familias benianas que quedaron en el desamparo, carentes de vivienda, alimentación, agua y ropa. Al margen de ello, sus perspectivas de vida inmediata quedaron reducidas a la nada.

Perdieron sus cultivos agrícolas, el ganado vacuno, principalmente. La ganadería es la principal fuente de ingresos que tiene el Beni y, por consiguiente, de ser el proveedor de carne a La Paz.

Con seguridad se puede prever que la población de esta capital se unirá a los esfuerzos que realice la Iglesia Católica a favor de los damnificados. En realidad, empezó a hacerlo desde los primeros días del desastre, mediante colectas efectuadas por instituciones bancarias y otras, con el aporte de los medios de comunicación.

Sólo para citar un caso. En una parroquia católica, en las misas del domingo 16, los sacerdotes instaron a los fieles a cooperar en los ofertorios a los hermanos benianos. El domingo informaron que la recaudación alcanzó al equivalente de 20.260 dólares.

¿Ahora, qué hacer, colectivamente? Queda mucho por hacerse. Las familias de La Paz que estén en condiciones, siquiera mínimas, de acoger a refugiados, tendrían que inscribirse en sus propias parroquias. Sólo de esta manera segura se los puede evacuar temporalmente. Después, volverían a sus hábitats para empezar una nueva vida.

Respecto a la evacuación, habrá que coadyuvar a la Fuerza Aérea en los costos de los vuelos, además alquilar aeronaves de empresas privadas. La Iglesia podría solicitar la cooperación de la CAF e incluso del Banco Mundial.

Debería también disponerse la suspensión de las clases en escuelas de primaria, para alojar en esos recintos a la mayor parte de las familias benianas en desgracia. En ese ciclo, lo básico es enseñar a los niños a leer, escribir y los números.

Las iglesias católicas podrían abrir sus puertas en las tardes, para cooperar en la enseñanza de esas materias a los niños que queden sin aulas, como lo hacen con las catequesis. Es seguro que no van a faltar voluntarios, de toda edad y sexo, para ponerse a disposición de esta labor.

En la alimentación, tocaría al Gobierno Municipal de La Paz postergar algunas obras y destinar los fondos previstos para ellas a las familias damnificadas, entregándoles un monto de dinero semanal, para que vayan a los mercados y otros lugares de expendio de comidas. Nada de ollas comunes.

Todos en La Paz debemos sentirnos en emergencia y cumplir con aquello que predica el Papa Francisco, de atender a los desheredados, situación en la que se hallan las víctimas del Beni y del norte de La Paz, por la furia incontrolable de la naturaleza.

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