Política negativa:

Turismo sin bandera


Las vacaciones de fin de año 2014 incentivaron el turismo interno y la presencia de visitantes extranjeros a lugares conocidos como “destinos”. Uno de ellos, por ejemplo, es el lago Titicaca y su vasto entorno geográfico: Cocapacabana, Isla del Sol, Tiquina, Guaqui y los sorprendentes restos arqueológicos de la civilización Tiwanaku.

Las aguas cristalinas y frías del lago Titicaca constituyen el cordón umbilical de Tiwanaku desde épocas remotísimas, siendo parte de este histórico ecosistema, el río Desaguadero que a su vez, como espléndido canal comunica al lago en forma de gato montés altiplánico, el “Titi” con otras cuencas, hábitat actual de etnias de origen precolombino.

El lago Titicaca, históricamente, es la cuna de Tiwanaku y, a la vez, territorio que en la última etapa de aquella portentosa y admirable civilización dio continuidad al sistema comunal kolla cuando el grupo de ayllus sobrevivientes a un supuesto fenómeno telúrico partieron, precisamente, de una de las islas del Titicaca, en busca de la tierra prometida, hasta que la encuentra después que una vara de oro, al ser clavada en la tierra se hunde como habían pronosticado los dioses kollas.

Mama Ocllo y Manco Kapac fundaron en aquel “ombligo del mundo” Cusco, el sistema comunal Inca.

El misterio ancestral del lago Titicaca, grabado a fuego en los habitantes que se decían descendientes del Sol, impulsó que la jerarquía inca retornara a sus orígenes enfocados en el Titicaca, a la vez, la más importante illa de su historia y de su misma renovación.

Según estudiosos del sistema, la realeza incásica retomó el carácter mítico del Titicaca, en cuyas islas sobrevivió el ayllu kolla, fundador del Cusco e hizo que, el entorno geográfico de aquel Imperio precolombino, los cuatro “suyus”, visitara periódicamente en caravanas, el lago en forma de gato.

Copacabana volvió a ser punto de concentración de personajes llegados desde más arriba del Ecuador y, de igual manera, provenientes del extremo sur de nuestro continente. Una vez en el lago Titicaca, las comitivas ofrendaban a esta deidad, objetos preciosos de oro y plata y en ciertas orillas e islotes, en pozos cavados para tal efecto, arrojaban preciosa artesanía de tierra cocida y de tejidos.

Las ofrendas rituales, siempre iban en par, tal cual fueron encontradas hace pocos años atrás por arqueólogos bolivianos y suizos en la Isla Pariti.

Esta breve introducción constituye argumento de peso histórico y político que exige corregir el mito turístico del “lago sagrado de los incas” porque pospone y neutraliza su historia y su origen tiwanakense, nombre que a grandes voces repite una mayoría de guías bolivianos de turismo, cuya ignorancia e incultura va contra su propio negocio y contra la soberanía histórica de nuestro país.

En términos más claros, ¿cómo es posible que las autoridades del Gobierno, de Turismo; empresas nacionales de turismo y guías turísticos, continúen repitiendo este mito?

Reiteramos, el lago Titicaca tiene la identidad milenaria de Tiwanaku, factor que los guías turistas regalan al turismo de países vecinos, con graves resultados económicos para empresas nacionales dedicadas al ramo.

La solución a corto plazo radica en que el Gobierno, sus ministerios relacionados con la cultura y las mismas empresas de turismo de Bolivia, aprendan, enseñen y difundan la verdad proveniente de estudios arqueológicos y científicos sobre tan crucial tema.

Mientras ello no ocurra, el turismo boliviano continuará siendo la cola del turismo de otros países que, en efecto, venden los “sitios de destino turístico” bolivianos, en su provecho, causando mermas económicas considerables a nuestro país.

Bolivia pone el lago Tititicaca, el lago tiwanakense, el lago en forma de gato; sus islas, su Historia y su misterio, al servicio del turismo empresarial pero, quien gana, indudable, es el turismo vecino.

En consecuencia, tienen la palabra autoridades de Gobierno, empresas turísticas y guías de turismo para aprender y sostener la identidad real de nuestro lago. Es necesaria, por lo tanto, una política de Estado sobre tan esencial asunto. Acabemos con el turismo sin bandera. Clovis Díaz de Oropeza F. (clovisdiazf@gmail.com).

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