El mundo está loco

Carlos Miguélez Monroy

Cuando hay picores en la piel, vamos al dermatólogo, cuando hay una caries o encías inflamadas, a un odontólogo, cuando duele la espalda, al fisioterapeuta, cuando hay problemas de vista, a un oftalmólogo. Acudimos a otorrinos, traumatólogos y demás médicos que se especializan en una parte del cuerpo para tratar el desequilibrio en sus síntomas. La capacidad de identificarlos nos facilita saber a qué especialista recurrir para recuperarnos.

Sin embargo, hay quienes no tienen la capacidad de identificar lo que les ocurre porque está dañada su propia percepción del mundo y de sus propias sensaciones y dolores. Millones de personas en el mundo padecen depresiones, ataques de ansiedad, trastornos de la personalidad, afecciones neurológicas como la epilepsia, estrés post-traumático, enfermedades mentales graves como la esquizofrenia. Naciones Unidas hace un llamamiento para sensibilizar sobre lo que se puede hacer para garantizar que puedan vivir con dignidad las personas con algún problema de salud mental.

Señalan las vejaciones que sufren a quienes encierran en manicomios y en centros “especializados”. Lejos de sentar unas condiciones para su recuperación, estos tratos terminan por hundir a quienes quizá se les pudo ofrecer un tratamiento en una fase temprana de su afección y así impedir su agravamiento.

Para eso se necesitan políticas y leyes enfocadas hacia los derechos de estas personas: derecho inherente a ser tratadas con dignidad y a recibir una atención médica adecuada y a no ser encerradas en condiciones contrarias a esos derechos. También se requieren recursos para formar y entrenar a profesionales de la salud para tratar a personas con dolencias mentales muy diversas.

Desde Naciones Unidas piden respeto al consentimiento informado para recibir tratamiento, incorporación de las personas en la toma de decisiones y en la propia legislación y, sobre todo, campañas de sensibilización para romper prejuicios y tabúes que, en pleno Siglo XXI, dejan a miles de personas en el ostracismo.

Promover la salud mental no es cosa de “locos” ni se limita al aspecto mental y de la personalidad. Los problemas de salud mental requieren un enfoque que dé mayor protagonismo a las emociones. Muchas dolencias se producen por el desequilibrio interno que se produce ante la incapacidad de reaccionar ante semejantes situaciones: guerras, las llamadas catástrofes naturales y violencia extrema que desembocan muchas veces, en patologías como el estrés post-traumático.

Además de factores biológicos y genéticos, los contextos familiares y sociales resultan determinantes en el desarrollo de la salud mental de las personas. Por ello Naciones Unidas reconoce la necesidad de abordar los problemas de salud mental desde sus raíces y de promover contextos sociales que favorezcan el equilibrio de las personas en relación con su entorno. Este contexto social va de la mano con los derechos reconocidos por la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en teoría, debería inspirar las legislaciones internas de todos los países que forman parte del sistema internacional.

Como resulta tan determinante el contexto social y familiar de la infancia en la salud mental del adulto, no podemos esperar avances reales sin el respeto de los derechos de niños y menores. No sólo se trata de “promover” derechos, tan de moda en el lenguaje de los foros internacionales, sino de hacerlos cumplir y de exigirlos ante tribunales.

Pero también se trata de acabar con cierta multipolaridad en el sistema de Naciones Unidas. Cuando llega el Día Mundial de la Salud Mental se llena de declaraciones. Pero luego consentimos que un anticuado sistema de veto en el Consejo de Seguridad mantenga esta situación de violencia y de guerras no declaradas, “de baja intensidad”. Los foros internacionales se llenan de declaraciones pero no se aborda desde lo jurídico y lo vinculante la lucha contra la pobreza, contra la venta de armas y contra los paraísos fiscales que empobrecen a los países a la hora de ofrecer servicios que garantizan derechos básicos como la educación y la salud.

Ese derecho a la salud debe abordar con urgencia una salud reproductiva que frene la explosión demográfica. Podemos evitar la llegada de niños inocentes a un mundo en el que la “locura” suele convertirse en mecanismo de supervivencia.

El autor es periodista y editor en el Centro de Colaboraciones Solidarias.

Twitter: @cmiguelez

ccs@solidarios.org.es

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