El periodismo y el 16 de Julio de 1809

Carlos Montenegro

Antecedió también con mucho tiempo, al pronunciamiento paceño del 16 de julio de 1809, la acción de su periodismo escrito a mano. Ya se ha dicho que las influencias y la función de éste, parecen menos inconcretas que las del periodismo colonial de Charcas.

El papel manuscrito de La Paz eludía, desde luego, toda inspiración que no fuese revolucionaria o, para decirlo mejor, que no fuese política. Hubo de mover, a causa de ello, los recelos del gobierno desde 1805, año en que éste levantó un proceso relativo a dicha publicidad. Trátase -a lo largo de nuestra historia -, de la primera persecución oficial desatada contra el pensamiento escrito. Aún existe el expediente administrativo en el cual se menciona el nombre de un Carlos Torres, con el agregado de que éste “sabe quién es el de los Pasquines”.

Los tales pasquines no son cosa hecha por mero entretenimiento intelectual. Revélase con ellos, todavía en boceto y deforme, la acción inquieta, abnegada, tenaz y valerosa del periodista. No poseen la intencionada finura ni la pulcritud literaria ni la frivolidad que distinguen a los periódicos manuscritos de Charcas. Hay que entender tales diferencias como signos propios a los dispares ambientes coloniales de Chuquisaca y de La Paz.

Los verdaderos revolucionarios respiraban dificultosamente en la atmósfera de la Real Audiencia. Habíanse conjurado para combatir el poderío extranjero, y pensaban “ya con decisión en arrancarle estos dominios”…

Se comprende este sofocante confinamiento del espíritu revolucionario en la sede capitalina de la autoridad española. No era ésta sola, en verdad, la que celaba el orden de la Colonia. Era el ambiente mismo, saturado por la emanación del poder, que en cierto sentido se había erigido en custodio argosino de ese orden…

En 1809, los hechos iniciales de la revolución del 16 de julio respondieron por entero a los mencionados lemas. La voz de “¡Cabildo abierto!” mantuvo a la masa despierta y cohesionada sobre los despojos del dominio colonial, vencido igual que en Chuquisaca el 25 de mayo, pero reemplazado en La Paz con el gobierno popular de la Junta Tuitiva. “España no ha de gobernar”, habían dicho los pasquines al pueblo. Éste se alistó luego milicianamente en procura de consolidar el nuevo orden de cosas. Día tras día la conciencia pública vigilaba el curso de los acontecimientos. Cuando hubo entendido que Indaburu pretendía restablecer el viejo régimen, ahorcó al traidor, golpeando también enérgicamente a los reaccionarios.

Aun la intensa religiosidad que los periódicos manuscritos fomentaron -monstruoso conservadurismo, según el revolucionario clásico-, tuvo consecuencias políticas favorables para los insurgentes. Hasta entonces, la religión había sido bandera exclusiva del poder monárquico. El periodismo insurrecto logró arrebatársela de las manos. Así el populacho no tuvo reparo en “arrancar de las puertas de las iglesias parroquiales, los carteles de excomunión dictados por el Obispo contra las autoridades revolucionarias”. Mucho más que esto importaba, ciertamente, la otra finalidad que también se hubo alcanzado: en derredor de las creencias religiosas, intactas por la revolución, agrupáronse pobres y ricos, criollos y mestizos, olvidando momentáneamente sus divisiones de casta. Faltó sólo el indio en esta amalgama, porque la verdad es que jamás había profesado sinceramente en el catolicismo.

Merece anotarse el hecho, tal vez concomitante, de que los pasquines habían prescindido, casi en absoluto, del indio y de sus intereses. Fue un serio error de aquel aguzado periodismo político. Murillo debió comprenderlo así después del alzamiento ya que a su instancia fueron incorporados en la Junta Tuitiva los representantes Katari Incacollo, de la indiada de Yungas; Gregorio Roxas, de la de Omasuyos; y José Sanco, de la de Sorata. Rodeóse el acto de gran solemnidad y en él fue otorgado el tratamiento de “Vuestra Señoría” a los delegados indios, prescribiéndose que el pueblo se destocara ante ellos como ante los demás miembros de la Tuitiva. Pinto, citando a Katari Incacollo, recalca el “respeto que guardaba la plaza a este indígena, que llevaba con orgullo la insignia de la Junta, o sea el cuello bordado de oro con el mote: Por Dios y por la Patria”.

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