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II

África, continente de esperanza

José Carlos García Fajardo

Basil Davidson se enfrenta con valentía y conocimiento a lo que tantos estudiosos y amigos de los pueblos africanos denominamos “el gigantesco malentendido”. Confundieron mitos y realidades, se multiplicaron leyendas que han quedado como fundamento de tantas actitudes del racismo que sostiene que “los negros, por su propia naturaleza, son inferiores a los blancos”, como había afirmado el filósofo David Hume. Antes de seguir, hay que reconocer que el racismo es anticientífico porque parte de una premisa falsa: la aplicación a los seres humanos de la división en “razas”, cuando no constituimos más que una sola raza.

Davidson recoge afirmaciones que han venido transmitiéndose sin análisis crítico desde el Siglo XVIII. Así, David Hume añadía sin el menor conocimiento: “Nunca hubo nación civilizada de tal complexión, ni siquiera individuo alguno que sobresaliera por sus actos o especulaciones. No se dan entre ellos fabricaciones ingeniosas, ni artes, ni ciencias...”. Nada menos que Federico Hegel llegó a escribir, en 1831, en los “Discursos a la nación alemana”: “El negro representa al hombre natural en su estado completamente salvaje e indómito. No hay nada que armonice con la humanidad en este tipo de carácter. Terreno es éste en el que abandonamos África para no volver a mencionarla; pues África no forma parte histórica del mundo”.

Hegel jamás había estado en el continente africano ni había conocido a personas africanas que no fueran criados del servicio doméstico. Este era el lugar común para europeos y americanos que se apoyaban en la autosuficiencia de la revolución industrial que parecía ser privilegio de los pueblos de piel blanca. Pasan por alto la inconmensurable aportación de pueblos de otros continentes al progreso de la humanidad en sus diversas civilizaciones: las riquísimas culturas chinas, hindúes, mesopotámicas, y aun de pueblos de la América precolombina. A la incuestionable civilización egipcia, hasta hace unos años nadie la consideraba africana, sino que parecía una especie de galaxia extraterrestre.

Así, los exploradores europeos fortalecieron estas disparatadas ideas que perduran hasta nuestros días, en que profesores, como Ki-Zerbo en su Historia de África, y otros muchos demostrarán la falsedad de estas actitudes. Así escribía, en 1860, el aventurero capitán Richard Burton: “El estudio del negro es el estudio de la mente rudimentaria del hombre. Parecería una degeneración del hombre civilizado más que un salvaje que accede al primer escalón si no fuera por su total incapacidad para mejorar. Todo indica que pertenece a una de esas razas aniñadas que, sin elevarse nunca al estado de hombre, se desprenden como eslabones gastados de la gran cadena de la naturaleza animada”.

Son falacias sin apoyo en el sentido común ni en la ciencia. Por eso, los estudiosos abordaron en los últimos 50 años la historia desvelada del desarrollo humano de África y del diverso talante con el que los blancos han considerado a los negros desde la antigüedad hasta nuestros días. Las obras de este autor, así como las de Ki-Zerbo, son de obligada consulta y un verdadero regalo para el espíritu. Entre nosotros, de lengua española, son formidables trabajos del profesor Ferrán Iniesta, así como los de otros jóvenes africanistas.

El autor es Profesor Emérito UCM.

 
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