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[Rolando Coteja]

Ser (in)solidario e (in)formal en tiempos de cuarentena


La pandemia del virus está mostrando tal vez de manera apodíctica cómo somos las personas; se dice que los humanos por naturaleza somos solidarios o como decía Aristoteles que el ser humano es un zoon politikon, es decir, un ser social por excelencia.

Es muy posible que esto sea así, sin embargo, en estos días se puede advertir que muchas personas son poco solidarias y nada responsables, no solo con las disposiciones emitidas por el Gobierno, también lo son con sus familias y su círculo de amistades, poniendo en riesgo a todo su entorno, pues de tanto seguir saliendo cualquier día y no hacer caso a las recomendaciones de salubridad (entre otros, uso de barbijo y guantes) puede contagiarse y, lo que es peor, -al ser asintomático- existe la posibilidad de infectar a otros sin saberlo.

Se han dado casos donde todos los miembros de una familia ha sido contagiados, siendo esta la realidad, si no se respeta la cuarentena (no salir de casa). Esto puede resultar una bomba de tiempo y, por ende, de nada servirá el “esfuerzo” de quedarse en casa.

Estamos frente a una coyuntura por demás delicada, la emergencia sanitaria decretada por el gobierno de Jeanine Áñez en esencia tiene por finalidad de precautelar la salud de los bolivianos. Cumpliendo a cabalidad con esas disposiciones habríamos dado un paso importante en precaver nuestra salud, a pesar incluso que nuestra economía se depaupere. Como dice el profesor de Economía Internacional Richard Baldwin, "las cuarentenas y las medidas de contención son un imperativo moral, además, se debe actuar rápido y hacer lo que sea necesario".

El gobierno hace lo que puede, la pandemia del virus está arrasando a todos los países, incluso a los del primer mundo que están tropezando con serias dificultades, donde la escasez se deja sentir en todos los ámbitos, hasta la venta del papel higiénico está siendo racionado.

Si bien es cierto que los bonos coadyuvan para resistir la cuarentena, sin embargo no es suficiente para cubrir tantas carestías, por ello urge la necesidad de apoyar a los que “verdaderamente” menos tienen.

En estos momentos de crisis sanitaria hubiera sido muy plausible que la inmensa cantidad de creyentes y devotos (74,9% católicos y 17,9 % cristiano-evangélicos) que hay en el país demuestren su amor al prójimo. Al parecer estas palabras solo han quedado para el discurso; en la Biblia según San Mateo 22:37-39 refiere “y él le dijo: amarás al señor tu dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Y el segundo mandamiento es semejante a éste: amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Lo que llama la atención es que muchos de los pasantes, prestes u organizadores de las fiestas patronales hacen derroche de dinero a diestra y siniestra en la contratación de grupos musicales y todo lo inherente al evento, a la par están los fraternos que no escatiman sus voluntades para participar, según dicen, con mucha devoción (amor, fervor y veneración cuando se encuentran vinculados con la religión) a Dios.

Con justa razón el ministro de Obras Públicas, Iván Arias, convocó a la solidaridad, a las fraternidades y comparsas, expresando “no esperen que el Estado nacional, departamental o municipal haga todo… es hora de que todos nos solidaricemos para salvar vidas”.

Una de las excusas sempiternas (para justificarse y no poder ayudar) es que la mayoría vive de la venta del día, pero, entonces, ¿qué pasa con esa una nueva elite económica?, especialmente de El Alto, que ya no es emergente, es una burguesía aymara consolidada, gente que tiene mucho dinero producto de sus negocios o emprendimientos en la feria de la 16 de Julio, en la Uyustus o en la Eloy Salmon. Otro sector no menos acomodado es de los transportistas, los que fletan maquinaria pesada, camioneros, floteros, etcetera. Tal vez, un escalón abajo, empero con igual poder económico están los que fungen como dirigentes políticos y sociales, quienes no se pueden quejar de la fortuna que han hecho, al igual que los cooperativistas mineros, contrabandistas y narcotraficantes (sotto voce) que tienen un poderío económico incalculable.

En resumidas cuentas, la mayoría de esos sectores son parte del comercio informal, quienes acumularon miles y millones de dólares vendiendo diferentes productos en las calles. Un vivo reflejo de aquello es que existen más de 205 “cholets”, solo en la ciudad de El Alto. Como diría Xavier Albó, "son una nueva burguesía aymara que migró del campo y logró éxito en el comercio", a la que además le gusta ostentar su poderío económico.

Cual si fuera una verdad de Perogrullo, quienes no han corrido la misma suerte son los de la clase media profesional que trabaja en el sector público, no han podido crecer, ergo no hubo ascenso social, tal como sostiene Kate Mclean, profesora de geografía social en la universidad de Londres.

A manera de conclusión, en la actual coyuntura debería primar la solidaridad “más que nunca”, sin embargo, se puede evidenciar con enorme preocupación que los sectores mencionados ut supra, se han pronunciado tímidamente en esto de cooperar, por ejemplo, los de la Morenada transporte pesado han donado víveres a las familias de escasos recursos, por el contrario, existen otros que solo se limitan a criticar al gobierno o expresar solamente sus pesares.

¿Será que la crisis económica nos está afectando a todos por igual y por eso requerimos que los bonos lleguen a la totalidad de los bolivianos?

Dónde están los tan mentados “qamiris” (que no son asalariados y nunca lo fueron), ¿será que lo están pasando tan mal y no les da el cuero para poder ayudar?

El autor es Politólogo – Abogado.

rolincoteja@gmail.com

 
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