[Heberto Arduz]

La muerte de un trovador


De las artes que desde antiguo cultiva el ser humano, tal vez la música inscriba sus notas en el más alto nivel, llevando alegría, paz y sosiego al corazón, a ese “piso de abajo” de que hablara el poeta Antonio Machado. Las canciones de Gian Franco Pagliaro apuntan a ello. En efecto, entre lo contestatario y lo poético escribió canciones dedicadas al amor, a la libertad y a la justicia, divulgando la canción protesta en el último tercio del pasado siglo; por lo que recibió adhesiones y críticas.

En son de burla, solía decirse que el hombre desciende del mono, en cambio los argentinos del barco. Al menos así resultó con nuestro trovador, cuando junto a sus padres y hermanos emigró de su tierra natal, Nápoles, y descendió del trasatlántico “Conte Grande”, tras una travesía de dieciséis días al encuentro de un mejor destino en América. Al decir suyo, al arribar a Buenos Aires pisó una tierra “más italiana que su propia tierra”, a la cual quiso entrañablemente, pues vivió en ella desde sus 15 años.

Recordemos que a raíz de las dos guerras mundiales, los “tanos” emigraron masivamente a la República Argentina y, en menor medida, a otros países sudamericanos, en una dispersión de los habitantes de la vieja Europa hacia otras latitudes.

Gian Franco Pagliaro habita hoy -desde el 27 de marzo- otro mundo presentido en diferente dimensión, por los mortales, pero sus numerosas canciones, como “Amigos míos me enamoré”, “Ciao amore ciao”, “Vendrás con el mar”, “El extranjero”, “Yo te nombro libertad”, “Un ramito de violetas” y muchas más, en especial su CD de “Boleros inmortales”, pertenecen a este mundo real en el que su vida y sus composiciones serán recordadas por siempre, en tanto el sol del amor brille en todo su esplendor y el común de la gente sienta vibrar el corazón de emociones.

En tarea original y poco usual entre los artistas de su tiempo, musicalizó poemas de José Martí, Pablo Neruda, Rubén Darío, Adolfo Bécquer, Franz Tamayo y de otros exponentes cimeros de la lírica continental; dándole un sello propio con su voz ronca de barítono fascinado por la música popular.

En el caso boliviano, la interpretación de Claribel nunca será olvidada, habiendo Pagliaro, cuyo apellido verdadero fue Ottaviano, visita do en dos -¿o más?- oportunidades nuestro país.

De vena romántica que raya en el clasicismo, aunque a él no la agradara el término, inmortalizó canciones, constituyéndose en un verdadero trovador de amplia difusión en Latinoamérica, con ventas de millones de discos, aunque paradójicamente con pocas apariciones en los canales televisivos de la Argentina, donde en los años 70 era cuestionado por sus opiniones y comentarios de orden político y social.

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