Hay un viejo dicho que es patético en la mayoría de los países del Tercer Mundo: “Profesores, militares, curas y policías no tienen que preocuparse por empleo porque siempre lo tienen”. La verdad es que nunca se supo que estas cuatro categorías de “trabajadores” tengan urgencias de trabajo, porque siempre estuvieron consignados en los respectivos presupuestos tan sólo al egresar con la profesión que tienen. Esta vez circula la versión de que “quince mil maestros nuevos no tienen colocación”.
Nuestras Normales, donde se forman maestros del sistema educativo, están con exceso de alumnado porque parece que existe el criterio de que el maestro al ingresar a la Normal ya tiene asegurado un sitial en el magisterio nacional. Los cálculos fallaron y ahora, aunque faltan educadores, sobran los mismos, puesto que no hay escuelas donde enseñen. El problema adquiere mucha gravedad si se tiene en cuenta que educación, en las condiciones que debe darse a los niños, es lo que más falta en el país.
Una de nuestras mayores falencias es la falta de educación y, si se la tiene, es de mala calidad porque los maestros reciben mala preparación en los centros formativos, como son las Normales que tienen a su cargo la educación, especialización y preparación de los futuros profesores. Los programas curriculares adolecen de serios vacíos y las exigencias a los alumnos son mínimas porque han sido peor que mínimas las exigencias a los futuros maestros que, a su vez, han sido formados por profesores que no siempre contaban con las condiciones de idoneidad para el cargo y menos con la vocación de servicio y amor a la educación.
Hoy, el Gobierno se ve enfrentado a que debe proveer de cargos a 15 mil egresados de las Normales y no tiene dónde colocarlos. El sector privado tampoco tiene vacancias y si las tiene, las ocupa con maestros experimentados o, en casos, con pruebas muy estrictas que, con seguridad, no podrían rendir los noveles profesores. El problema es grave si se tiene en cuenta que en la mayoría del área rural hay ausencia de maestros, sea porque son mal pagados, porque no tienen la infraestructura necesaria o simplemente porque no cuentan con medios de locomoción para trasladarse a los sitios donde están instaladas escuelas con pésima infraestructura.
El caso de alguna forma es similar al de militares y policías que prefieren las ciudades y no ocupar vacancias en fronteras o en pueblos y sitios alejados de los centros urbanos; en otras palabras, la educación no sólo tiene falencias con los programas y con la mala o regular formación de los educadores sino con cuestiones de infraestructura, pago de sueldos y viáticos, vituallas, materiales, etc., etc. que sería preciso remediar.
El caso podría tener alguna solución, aunque a largo plazo, si dineros destinados a Defensa, Interior, gastos reservados y gastos dispendiosos se los utilizara para reforzar los presupuestos de educación; pero, ¿será posible que el Gobierno cambie mentalidades de sus integrantes y asuma la urgencia de atender debida y oportunamente la educación? ¿Será posible el renunciamiento a gastos dispendiosos o a disminuir presupuestos de Defensa y del Ministerio del Interior para atender lo que es más urgente, como son los sectores de salud y educación?
Son preguntas que tendría que responder el Gobierno, autocalificado como “defensor de las mayorías”, campo social donde, está visto, no ingresan los rubros más importantes de la vida, como son salud y educación.
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