[José Alberto Diez de Medina]

La agonía del Libertador


En el año de 1828, cuando se reúne la Convención de Ocaña, el Libertador Simón Bolívar se encuentra en Bucaramanga, hace una vida, llamémosla familiar, con sus edecanes y oficiales, tanto americanos como europeos; juegan cartas juntos, y en fin de semana asisten al oficio religioso.

El Libertador en esa época ha cambiado por completo, ya no es el hombre apasionado por Plutarco, ya no es el hombre poeta del Chimborazo, menos el que resucitó en Pativilca, menos el Imperator de 1825.

Sólo le queda su señorío de criollo, siendo juzgador de actitudes e injusticias.

El 15 de agosto de 1830 deja Bucaramanga, y ya en Bogotá, sufre las decepciones más grandes, sus leales colaboradores han disgregado la Gran Colombia.

Comprendiendo que está vencido y escapando de sus enemigos, emprende el camino hacia Barranquilla.

Nada lo conmueve, ni siquiera las manifestaciones de afecto por los pueblos que pasa, que lo aclaman, y con unos pocos miles de pesos, parte de su pensión, que no quiso aceptar del Gobierno de Colombia, parte hacia el destierro, con una pequeña comitiva de leales militares, y un ligero escuadrón de Húsares.

En una tarde del 10 de diciembre del fatídico año de 1830, entre las murmuraciones, asombro y sollozos del gentío, arriba al puerto de Santa Marta, sobre el río Magdalena, el Libertador, muy enfermo, totalmente envejecido.

El doctor francés Alejandro Reverend anota en su diario: “Ha tenido que bajar en una silla de brazos por no poder caminar; el cuerpo flaco y extenuado, el semblante adolorido y una inquietud de ánimo constante. Las frecuentes impresiones del paciente indican grandes sufrimientos morales”.

El Libertador, como dijo un autor, “viene llorando en silencio la muerte del Mariscal de Ayacucho”.

Había gastado su opulento patrimonio y consumido su salud en pos de la libertad de América.

Traspasó Los Andes, desde el Orinoco, llegó hasta el Potosí, después de haber librado más de 150 batallas y combates, para independizar cinco repúblicas; había soñado con integrarlas, unirlas bajo un solo pendón, tal cual la Gran Colombia; recibido en todas las ciudades de América como el Héroe, el Libertador, en este año fatídico está desterrado.

Como una paradoja él, que había combatido, y vencido el poder español, tiene que hospedarse en la casa de un hidalgo español; él, que había desdeñado un millón de pesos que quiso obsequiarle el Gobierno del Perú, tiene que vestir una camisa prestada para su mortaja; él, que liberó un mundo entero, en la hora de su muerte sólo cuatro amigos fieles están a su lado, sus generales Montilla, Carreño, Wilson y el Marqués de Mier; él, que amó tanto y a tantas mujeres, no tiene ni siquiera la mano de Manuelita a su lado.

El Libertador Simón Bolívar a sus 47 años firma ante el notario su testamento, se humilla pidiendo paz a los partidos y les dice: “He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido hasta las puertas del sepulcro, yo los perdono”.

A la una y tres minutos de la tarde del 17 de diciembre de 1830, en San Pedro Alejandrino muere Bolívar, quizá dialogando con la sombra de don Quijote, uno de los majaderos más grandes de la historia.

Sociedad Bolivariana de Bolivia.

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