[Ernesto Murillo]

A pagar el pato


Todos cruzamos un par de golpes alguna vez en la vida. La primera vez que lo hice fue más o menos a los siete años y era para demostrar mi hombría, porque uno de mis supuestos amigos me dijo: “si eres macho por qué no le pegas a Pascual que habló mal de tí”. A su turno, también le dijo a Pacual: “si eres macho por qué no le pegas a Ernesto que habló mal de ti”.

Los machos cruzamos puños y salimos con la cara enrojecida y la bronca guardada. Un día más tarde, el Prefecto del colegio nos mandó un soberano castigo. No fui el único, aunque esto suena a mal de muchos consuelos de tontos. Pedro, Saúl, Luis y muchos más también quisieron ser machos y terminaron castigados, mientras el que azuzaba, era el árbitro permanente; hasta que el sagaz Prefecto, que era un cura bajito y perspicaz, dedujo quién era el promotor de las peleas.

Acá viene bien la expresión “pagar el pato”, que no es otra cosa que padecer un castigo no merecido. En realidad la frase inicial era “pagar el pacto” que se aplicaba en el siglo XVI a los judíos que decían tener un pacto con Dios y los cristianos se burlaban de ellos a la hora de castigarles y decirles que debían “pagar el pacto” en su sinagoga, en referencia a que los quemarían dentro de ella. Con el tiempo la frase se convirtió en “pagar el pato”.

A veces los padres asumimos las culpas de los hijos y “pagamos el pato”, en otras ocasiones la entrañable amistad con el ser a quien queremos nos obliga a entregar la mejilla en nombre de otro y “pagamos el pato”, pero en otras ocasiones no hay razón para atribuirse un problema ajeno, por ejemplo el albañil que ve como se cae una pared por el mal cálculo de tierras que hizo el ingeniero, la cocinera que se lamenta porque la sopa le salió mal debido a que la ama de casa compró productos en mal estado, o el que tiene que explicar en nombre de otro, las ofensas que éste lanzó sin medir las consecuencias de su ex abrupto.

Para establecer las razones de las cosas, las causas científicas en todo proceso, Aristóteles enseñó las cuatro causas: la causa material o la sustancia con la que está hecha; el tipo de material; la causa formal o la idea o modelo con que ha trabajado el artista; la causa eficiente que es el artista o productor de la obra y la causa final que es el móvil u objetivo de la realización de esa cosa.

Si esto lo aplicamos, por ejemplo, a un insulto o adjetivo que a veces lanzamos imprudentemente, nos encontraremos que la causa material es el medio por el que se amplificó estas palabras; la causa formal son las palabras utilizadas; la causa eficiente es el que lanzó el insulto, y la causa final, el motivo por el que lo hizo.

La explicación del filósofo me sirvió de mucho para aclarar en el resto de mi vida quiénes son más culpables que otros en tantos casos, que bien se pueden superar con el recto razonamiento o en su caso habrá que remitirse a un perspicaz hombre, como el Prefecto que tuve en mi niñez y quien supo definir quién era más culpable que otro.

Ernesto Murillo Estrada, es editor general de El Diario

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