El destacado abogado y escritor Ramiro H. Loza Calderón tiene toda la razón al indicar que Bolivia ha sido y sigue siendo un tubo de ensayo para hacer toda clase de experimentos políticos, aunque ninguno de ellos dio el resultado que esperaban sus progenitores ideológicos, excepto uno de ellos, que al parecer sería el llamado de la Revolución Nacional con sus luces y sus sombras.
Sin embargo, en todo caso se debe remarcar que el único experimento político que tuvo algunos resultados positivos fue el que llevó a la práctica el gobierno del presidente Andrés de Santa Cruz, hace casi doscientos años y que, como prueba objetiva, permitió que el crecimiento económico de la Nación, que estaba todavía en pañales, pasó de menos cero a cerca del siete por ciento anual, fenómeno que todavía no ha sido explicado por los historiadores.
Efectivamente, desde entonces la realidad boliviana fue objeto de planes liberales, socialistas militares, republicano- socialistas, nacional-socialistas, seminacionalistas, nacionalistas, militares, marxistas químicamente puros, neoliberales y hasta un abortado plan soviético.
Sin embargo, puestos a la práctica esos proyectos, todos ellos terminaron en los más rotundos fracasos, en particular los de “izquierda” que terminaron precipitando al país (no sólo una sino muchas veces) en la más extrema derecha, o sea haciéndolo retroceder (mediante violentas dictaduras) hacia el colonialismo y el feudalismo.
LOS ÚLTIMOS EXPERIMENTOS
Esos sucesivos intentos por implantar fórmulas ajenas a la realidad nacional crearon mayor crisis, pobreza, atraso y miseria y, naturalmente, ante el fracaso aparecieron ciertos sabios “ideólogos” que ingeniaron nuevas fórmulas, dizque para sacar al país del abismo al que fue conducido. Es más, encontraron la oportunidad de poner en práctica sus planes, única forma para saber si eran verdaderos y tenían éxito.
Tres nuevas fórmulas políticas “de izquierda” empezaron a ser aplicadas en los últimos años, en el siguiente orden: populismo, marxismo-leninismo y el corporativismo, los cuales están en pleno proceso de experimentación con no pocos esfuerzos y entusiasmo, aunque con frutos muy poco optimistas y cuyos resultados todavía están por ser vistos.
EL ESTILO SINDICALISTA
Lo que es necesario señalar en esta oportunidad es que en la actualidad, la realidad política boliviana está muy lejos de aplicar un “estilo sindical” -como afirma Ramiro Loza-, porque lo que ocurre en el país es que actualmente casi no existen sindicatos en el verdadero sentido de la palabra, sino que, en cambio, lo que existen son corporaciones de pequeños, medianos y grandes propietarios, los mismos que, además, están en función de gobierno que aplica los deseos y objetivos de quienes dice representar.
Se debe aclarar que los sindicatos, que son organizaciones de obreros que lo único que tienen es su fuerza de trabajo y ganan un salario, son muy pocos en el país y no tienen representación política alguna en el Gobierno y ni siquiera la Central Obrera Boliviana (COB) que debía ser su expresión orgánica.
Lo que existe en el país son corporaciones (mal llamadas sindicatos), que son organismos compuestos por pequeños propietarios de tierras, artesanos, transportistas, gremiales, etc. que explotan a los obreros y estas organizaciones no sólo forman gran parte de la población laboral, sino tienen representación política en el Estado y, por ese medio, imponen lo que conviene a sus necesidades económicas.
Por consiguiente, lo que existe en el país es un “estilo corporativista de gobierno” y, así, estamos muy lejos de que exista un “estilo sindical de gobierno”, todo esto, además, mezclado con populismo de derecha y un marxismo-leninismo sin pies ni cabeza. En efecto, como las corporaciones de cocaleros, contrabandistas, artesanos, transportistas, etc. tienen tanto peso en la vida del país y cuentan, a la par, con representación en el Estado, lo que ocurre en el país es que, por ende, tenemos un Gobierno Corporativista, cuyas políticas generalmente degeneran en formas fascistas cada vez más acentuadas. Estamos, por tanto, muy lejos de un “estilo sindical de gobierno” que, en todo caso, sería preferible que el “estilo corporativo”.
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