[Armando Mariaca]

Ambición y mezquindad anulan los valores


Los pueblos que han logrado su libertad e independencia, que han conseguido condiciones de vida democrática con gobiernos legales y legítimos, han buscado siempre que sus valores se mantengan incólumes, que virtudes hechas principios tengan vigencia permanente mediante leyes basadas en los fundamentos de la moral, de la equidad, de la ecuanimidad para que la libertad y la justicia sean normas de vida, desarrollo y progreso.

Mientras los países desarrollados han conseguido unidad en los propósitos y han desoído los “cantos de sirena” de doctrinas contrarias al bien común de los pueblos, mientras no han dejado que esas doctrinas impongan condiciones de vida contrarias al bienestar general, han alcanzado grandes éxitos porque la práctica de las virtudes con las que nacieron como naciones les ha dado unidad y lugar para que los sentimientos de fe, amor y esperanza entre todos consolide sus condiciones de paz.

Todo este cuadro consubstanciado con el bien común, ha sido posible lograr tan sólo con la presencia de gobernantes que han tenido noción, vocación y práctica de virtudes que los han hecho valores y principios de vida, de entrega, de comportamiento, y les ha permitido contar con una conciencia permanente de país, de conjunto nacional y, de ahí, han alcanzo la consolidación de una vocación de servicio.

No obstante todo ello, muchos países, en los procesos de desarrollo económico y social, han tenido que lamentar el desvío hacia climas de mezquindad y ambición de sus gobernantes que han trastrocado sus propios principios y los han convertido en instrumentos para conseguir más poder político, social y económico en favor personal, de grupos privilegiados y hasta de organizaciones político-partidistas que se han hecho parte indivisible de la práctica de quienes actuaron como caudillos.

La mezquindad y la ambición nunca tienen límites y, conforme se las practica, se hacen norma de vida y buscan nuevos métodos y sistemas para ampliar sus horizontes. Esta es realidad que, de gobernantes probos, honestos y responsables, surjan totalitarismos que no pararon mientes en aprovechar cualquier circunstancia para llegar a dictaduras que siempre han sido nocivas para los pueblos que, por esas acciones, han perdido mucho o todo del desarrollo y progreso alcanzados, han renegado de sus propios valores e hicieron escarnio de la moral, la decencia y las cualidades que hacen al ser humano digno y honrado, consciente y responsable.

Las ambiciones, el egoísmo y las mezquindades aprovechan hasta el racismo que no es patrimonio exclusivo de países jóvenes de reciente formación, en los que, a veces, se disfraza las rivalidades de grupos y de partidos políticos con gran perjuicio de la justicia y ponen en peligro la paz. Así, durante períodos coloniales se ha creado a menudo muros de separación entre grupos nativos, campesinos e indígenas con ciudadanos citadinos y se ha puesto obstáculos a una fecunda inteligencia recíproca y se ha provocado muchos rencores como consecuencia de verdaderas injusticias.

La mezquindad y los egoísmos son obstáculos para que los pueblos sean artífices de su propio destino porque se han creado condiciones de fuerza, susceptibilidad, desconfianza entre las personas. Es, pues, necesario convenir en que la mayor conciencia de la dignidad humana promueve en el orden político y social un respeto mayor por los derechos de las personas, condición esencial para una participación plena en la promoción del desarrollo no sólo económico y social sino cultural, científico, tecnológico para alcanzar no solamente buenas condiciones de vida sino calidad de vida beneficiosa para todos. El respeto y las consideraciones, el amor y la solidaridad crecen como práctica para todos considerando posiciones culturales, religiosas y económicas honestas y responsables; sólo estas condiciones permiten condenar a regímenes que oprimen todas las libertades y ponen el poder al servicio del interés de una facción o de los propios conductores de un país.

Para tener políticas rectas, es necesario y urgente tener presente el sentido de la justicia y del bien común y poseer noción muy clara de los límites de todo poder porque es innegable que las colectividades, cuando hay vigencia plena de las libertades y convicción de los derechos, analizan y juzgan los comportamientos de quienes ejercen poder político, social y económico, conocen sus limitaciones y aciertos, saben de sus falencias y hasta mezquindades y egoísmos aún con la certeza de que esos grupos de poder no toman en cuenta los sentimientos de sus pueblos.

La elección de gobernadores y alcaldes en nuestro país da lugar, justamente, a analizar el comportamiento de cada uno de ellos y, de ahí, llegar a conclusiones posibles de lo que pensarán y harán en pro del bien común. Lo importante, en todo caso, es que esas nuevas autoridades tengan en cuenta que el pueblo mide y sopesa, analiza y juzga condiciones morales, profesionales y comportamientos. Esa colectividad sabe hasta qué punto se actúa en pro de partidos políticos o intereses creados. Será preciso que estas autoridades revisen, en conciencia, su moral y las dotes de comportamiento que tendrán en el futuro.

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