[Armando Mariaca]

“No a la economía de exclusión e inequidad”


Claro, contundente y preciso fue el Papa Francisco cuando se refirió a los derechos humanos y, muy especialmente, cuando condenó la exclusión de los bienes que proporcionan las riquezas materiales y que marginan a la mayoría de la población mundial de los beneficios que pueden proporcionar el dinero, la educación, la ciencia, la salud, la tecnología debido a una distribución inequitativa e injusta de los beneficios que producen todos los adelantos logrados por el hombre, pero que, en su mayor parte, excluyen a los más, porque todas las riquezas están en pocas manos.

“No a la economía de exclusión e inequidad”, dijo el Vicario de Cristo porque él personalmente, en su vida sacerdotal, pastoral como obispo de su país natal y, finalmente, como Pontífice de la Iglesia Católica, ha tenido muchas oportunidades para comprobar los grados extremos de pobreza en que vive el ser humano en gran mayoría. Ha visto cómo las riquezas prostituyen los sentimientos de equidad, solidaridad y justicia; cómo muy pocas manos son poseedoras de las más grandes fortunas del mundo y cómo se mira a ese mundo desde posiciones de privilegio donde, muchas veces, hay tanto dinero que es destinado al hedonismo, al materialismo, al armamentismo o a conseguir más poder del que tienen muy pocos en detrimento de los demás.

La Iglesia, por lo menos en los últimos doscientos años, y muy especialmente desde el inicio de la “revolución industrial” a mediados del Siglo XVIII, ha propugnado que los bienes financieros logrados por la producción industrial en masa, beneficien, por equidad y justicia, a los hombres que han hecho posibles esos cambios y, además, que los poseedores de las fortunas tengan conciencia de solidaridad y, en acto de justicia, transfieran su tecnología para que los países pobres logren el desarrollo de sus pueblos mediante el uso de la tecnología cada vez más cambiante, más productiva y más perfeccionada y generadora de bienes materiales de uso y consumo.

Poner la economía al servicio del hombre, y no al revés: el hombre al servicio de la economía, nunca ha sido posible que se entienda y se practique; al contrario, el hombre siempre fue puesto al servicio de la economía y especialmente desde la trata de esclavos, el hombre no ha hecho nada por liberarse de esa esclavitud y ha servido a la economía representada por contadas instituciones – bancarias y de lucro financiero especialmente – de personas que, por vanidad y soberbia, se han jactado de sus riquezas, del poder que tienen, de las ambiciones que abrigan en pos de más poder económico, político, social y de toda naturaleza. ¿Cuánto han hecho esas grandes fortunas en pro del ser humano? Que han realizado muchas inversiones – algunas en países en vías de desarrollo –, pero con la mira puesta en mayores utilidades para acrecentar más sus fortunas. Que fundaron “organizaciones de beneficencia” empezando por la construcción de hospitales y centros educativos, lo han hecho y, en casos, son permanentes las fundaciones de cooperación y ayuda; pero, lo hecho no alcanzó ni siquiera para paliar el uno por mil las urgencias que reclaman los más pobres y necesitados. Generalmente, esos grandes consorcios financieros poseedores de grandes fortunas, han recibido pedidos y proyectos para diversificar su economía mediante la creación de industrias, compañías que construyan y perfeccionen lo que producen ellos en sus instalaciones de tal modo que, al funcionar en territorios de los países del Cuarto y Tercer Mundo, creen riqueza, proporcionen empleo y diversifiquen la economía para el desarrollo nacional; políticas que, en todo caso, acrecentarían las fortunas de los inversionistas y los harían más ricos pero dejando que otros, por sus propios medios, condiciones de creatividad y trabajo, logren alcanzar sitiales que permitan derrotar o siquiera disminuir los altos grados de pobreza.

Nada se hizo, nunca quisieron trasladar dinero y tecnología a sitios que no garanticen alto consumo del mercado, posibilidades de buenas exportaciones y seguridades que garanticen plenamente las inversiones. Nunca quisieron entender que los conflictos surgidos en los países pobres son consecuencia de la falta de trabajo, la no disponibilidad de dinero, las enfermedades, la falta de educación, la carencia de políticas gubernamentales que planifiquen, organicen y logren el crecimiento partiendo de las propias inversiones del país.

El Papa, consciente de realidades, clama por la solidaridad del hombre con el hombre, de quienes pueden dar y tienen duro el corazón; exige que los gobiernos actúen con honradez y responsabilidad y que los pueblos respondan a sus necesidades mediante el trabajo honesto y disciplinado, productivo y realizado con sana alegría; pero, lamentablemente, sus palabras caen en el vacío y sólo quedan las esperanzas de cambios que, en el marco de valores y principios, puedan imponerse en el mundo.

El Papa Francisco ha dejado en Bolivia los caminos trazados para entender que la economía hay que manejarla con inclusión de todos y, para ello, ser administrada con honestidad y responsabilidad; que los dineros que pertenecen al país no sean dilapidados ni usados en gastos festinatorios, en lujos, ni en prebendalismos que sólo corrompen y anquilosan las esperanzas.

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