El futuro de la lengua aymara

Ciril Malderna Rojas

Esta milenaria lengua hoy es hablada por cientos y cientos de personas en toda la región andina y en otras partes de nuestro Estado Plurinacional por los migrantes aymaras que dejaron sus lares. Acerca de su origen, existen varios planteamientos de parte de antropólogos y estudiosos bolivianos, peruanos y tesistas extranjeros. Los comienzos están en la región del lago Titicaca que fue asiento geográfico de los Chiripa y del gigante Tiwanaku. Los habitantes de esta última alta cultura, hablaban el pukina. Entonces, el aymara es el puquina evolucionado y/o su variante posterior. Para esto apelo a un sencillo ejemplo: el nombre antiguo de la ciudad capital y el territorio circundante de los tiwanakotas fue Taypiqala que en su idioma original significaba “piedra del medio”; y en el aymara que hoy hablamos tiene la misma significación.

Recordemos que al desintegrarse Tiwanaku hacia el año 1200 de nuestra era, las familias remanentes comenzaron a estructurar la lengua aymara sobre la base del pukina que se extinguía y fue conforme a sus necesidades sociales y de comunicación. Fueron también los días cuando aparecen los reinos collas (Qullas o Qullanas) que se constituyen en el antiguo nombre del pueblo y lengua aymara.

La denominación de aymara surgió como consecuencia de un pasaje histórico circunstancial. Cuando los conquistadores españoles llegan a la tierra qullana, preguntan a los lugareños por el nombre de ellos y de su región; los abordados, creyendo que les habían preguntado acerca de cuánto tiempo estaban viviendo, respondieron “Jaya Mara”, que significa “muchos años”. Desde ese momento y hasta el presente, quedó el denominativo de aymara para referir a una de las nacionalidades más numerosas de nuestro país, después de los kichwas.

Luego, durante los 300 años de la Colonia, los colonizadores europeos cometieron el más violento de los atropellos hacia la ciencia y la cultura de este pueblo. Intentaron proscribir por todos los medios esta creación del hombre altoandino. Así, el virrey Francisco Toledo (Siglo XVI) en su disposición de la “extirpación de idolatrías”, trató de borrar de raíz esta lengua e imponer el castellano como medio único de comunicación. Pero el hombre aymara siguió hablando en su calidad de repositorio directo de esta herencia social recibida. En la vida republicana se continuó con el mismo tratamiento hacia este idioma. De modo que los 500 años de colonización externa e interna, no lograron acallar la identidad de esta nacionalidad.

Hoy, aunque existen normas que garantizan su aprendizaje y uso como un idioma oficial en el Estado plurinacional, la realidad es distinta y muy incierto el futuro: como idioma el aymara se va reduciendo en vocabulario y en la cantidad de palabras de uso cotidiano. Los vocablos originales se van perdiendo rápidamente; sólo los abuelos conocen y utilizan los mismos. El aymarohablante de hoy va al mecanismo más fácil, como es el “aymarizar” las palabras castellanas (apurasimaya=apúrate, en vez de jank´achasimaya); al mismo tiempo se va dejando en olvido bellas expresiones idiomáticas (wipha=como el ¡que viva!), de interjección (jatila müspa= ¡qué increíble!) y otros elementos lingüísticos.

Por otro lado, los habitantes de la ciudad de El Alto por ejemplo, migrantes en su mayoría desde regiones aymaras, ya no quieren hablar este idioma; otros no quieren que sus hijos hablen; los mismos estudiantes que aprenden en el colegio, no pueden comunicarse ni medianamente; los padres de familia al inscribir en el colegio indican que la primera lengua aprendida por su hijo es el castellano y no el aymara. La consecuencia final es que el aymara es hablado cada vez por menos personas.

Ante esta situación, surgen algunas preguntas: qué se puede hacer y debe hacerse para evitar su extinción paulatina; quiénes deberían plantear políticas y programas que permitan mantener el uso de esta herencia y patrimonio cultural que nos legaron nuestros padres. Entonces, nuestras autoridades nacionales y departamentales tienen la palabra. Además, dos sectores deben trabajar y contribuir en los planes de protección y de difusión del idioma; y son el sector educación y los medios de comunicación social. Es pues imperativo conservar vivo este código de comunicación social.

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