[Manfredo Kempff]

¿Experimentando también con la justicia?


El experimento con las elecciones judiciales fue malo, pero el Gobierno insiste en reiterar el ensayo casi idénticamente como ocurrió el 2011. Estamos en el juego que nos gusta a los bolivianos, en ser pioneros en todo pese al riesgo que eso entraña. Bolivia siempre ha sido un centro de experimentos políticos, un conejillo de indias, donde se han probado las formas más descabelladas de política, economía y de reivindicaciones sociales, con los resultados que están a la vista. Somos campo fértil para montar reiteradas iniciativas inciertas.

Los bolivianos nacionalizamos la Standard Oíl, un año antes de que Lázaro Cárdenas lo hiciera con los petróleos mexicanos; estatizamos las minas privadas desafiando al capital mundial aunque pagando un alto precio; repartimos las tierras de los llamados latifundistas liquidando el agro productivo y sumiéndonos en una grave carestía de alimentos; revertimos el gas producido con capitales extranjeros sin ninguna cosecha apreciable. Esa es una muestra de esta Bolivia pobre pero cerril, cimarrona, que no deja de existir y que busca la menor oportunidad para nuevos ensayos como son las mundialmente inéditas elecciones judiciales.

En Bolivia ya nos proclamábamos trotskistas, marxistas, fascistas, nazis, cuando España respiraba todavía la pólvora de su Guerra Civil y cuando la II Guerra Mundial estaba en su auge. Demócratas y fascistas, por entonces, lidiaban en las calles paceñas o se enfrentaban en el Congreso. Mucho después aparecieron realmente los trotskistas, maoístas y guevaristas, que, en el primer caso, dejaron honda huella entre el estudiantado universitario y el magisterio, lo que perdura; los pro-chinos pesaron en algunos líderes con influencia en la COB; y en el otro lado -el guevarismo- hubo la aceptación de algunos radicales que adoptaron la teoría del “foquismo” guerrillero.

Poco después de derrotado y ejecutado el Che, por órdenes del presidente Barrientos -con el aval de los generales Ovando y Torres- y una vez muerto el general aviador, la izquierda llegó hasta a conformar un Presidium al estilo soviético, elegido a dedo entre los más conspicuos activistas rojos de entonces, bajo el nombre de Asamblea del Pueblo, que, como no podía ser de otro modo, fue desbaratada por un cruento golpe militar de corte nacionalista, reacio al experimento.

Años después el asombro en el continente fue mayúsculo, porque del caos más profundo, aparecimos siendo motivo de admiración y curiosidad liderando el neo liberalismo que se reflejó en la política económica que aplicó el Dr. Paz Estenssoro, respaldado en el parlamento -no en el gabinete de ministros- por su adversario Hugo Banzer y su partido, basado en tecnócratas de reconocida competencia. Se acabaron las experiencias esotéricas y se dio campo a una política razonable, absolutamente necesaria y salvadora, aunque afectando a algunos sectores populares que protestaron masivamente sin poder doblegar a Paz Estenssoro como lo habían hecho con el Dr. Siles.

Hoy, sin embargo, aunque Bolivia parecía enderezarse pese a sus problemas económicos, transitamos por el populismo más complejo e intrincado. El indigenismo es el justificativo para echar por tierra todo lo recuperable de la última etapa democrática instaurada en 1982 y que comenzó a zozobrar con la aprobación de la nueva Constitución el 2009. Esto nos lleva a temer que los altibajos y cambios bruscos en Bolivia se deben a que en el país imperan cabezas de complejo discernimiento.

En esas circunstancias no resulta extraño que vivamos en la más completa desorientación, engañados por discursos xenófobos, regionalistas y hasta racistas. Que en el desorden haya cundido la más absoluta corrupción, como antes jamás se había visto. Pero que, sin embargo, sea justamente este Gobierno el que se declare campeón de la honradez y se autodefina como impoluto, cuando frente a nuestras narices pasan cientos y miles de millones que van a cuentas de dirigentes indígenas o que se malgasta en aviones caros, barcazas invisibles, satélite perdido, y malolientes negociados en las empresas del Estado, como en los múltiples casos de YPFB.

Sin embargo, es tanto el poder del Gobierno, que no le importa recaer en sus yerros, no sólo de la corrupción, sino de la concepción del Estado. En ese sentido vuelve a la carga con las elecciones judiciales que fueron una trampa mortal hace casi seis años, pero que como le conviene a la dirigencia masista, quiere repetir el menú a brazo partido, embistiendo como el toro a la muleta, para elegir a los más importantes magistrados, a través del voto popular. Otra innovación que asombra al mundo y que define la enrevesada mentalidad de quienes nos gobiernan. Nada los detiene.

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