Bolívar, arbitro de los destinos del continente, solicitado por todas las naciones de América para arreglar sus asuntos, cuando elaboró la Constitución destinada al Alto Perú, se hallaba en el apogeo de su gloria y en la plenitud de su genio. El mensaje con que se envió a nuestra asamblea aquella concepción exterioriza tópicos tan profundos, que debían imponerse al criterio de los legisladores. Y así fue. Pero para alcanzar tan solo una vida efímera, ya sea por la rareza de las instituciones como por la presidencia vitalicia que contempla, en la que muchos creen que Bolívar fincaba sus ambiciones, sin tener en cuenta que los deberes contraídos en el norte de América tenían para él mayores atracciones.