[Raúl Pino-Ichazo]

Pertenencia a Bolivia


Cuando existe inclusión, que es la base de unión sociológica y política en un país tan diverso, étnica y geopolíticamente como el nuestro, entonces nos anexionamos más a una verdad incontrovertible y empodera para amar al prójimo connacional, respetarlo, cuidarlo y ser solidarios con él, excluidas, por fin, las endémicas formas de discriminación por color, raza, educación y género, y nos anexionamos voluntariamente a una nueva forma de ser ciudadanos. No nos habíamos dado cuenta, pero ahora somos más, pues estamos unidos y ser más es una riqueza en todo sentido: numeral, educativo, impositivo, diversidad humana que crea ciencia, mercado y consumo. Ahora, ante este despertar es imperativo que presidamos cada uno de los bolivianos nuestras vidas con un sentido amplio de convivencia pacífica, donde el entrelazamiento intelectual, racial y de género ya no es más un impedimento que dificulta el crecimiento de nuestra Bolivia y se imponga ese empeño colectivo, no por ansia de dominación, sino por elevación e independencia del pensamiento, así como independencia de normas económicas impuestas que nos han dañado irremisiblemente por décadas.

La acción de gobiernos insensibles y escasamente preparados para visualizar la integridad étnica y maravillosa de nuestro país nos soterró al retraso, empero hoy resulta una verdad incontrastable que los desposeídos, ignorados y discriminados desde la fundación de la República, dan lecciones de buen gobierno, naturalmente con errores de forma, pero no de fondo del pensamiento. La exaltación del ser humano y el concepto maravilloso de que todos somos iguales, generará que encontraremos la paz interior, y este estado procura progreso, tanto económico como sentimental.

Debemos asimilar, para no pasar anónimamente por esta vida, que es mandatorio acostumbrarse a las buenas intenciones y a los mejores actos en la interrelación con cada prójimo. Se debe vivir con la discrecionalidad que nos fortalece para encontrar los eventos que nos aseguran ensalzarnos con plenas consideraciones positivas, por supuesto, sin apagar nuestras pasiones, que son llamas inextinguibles y nos procuran vivir. Debemos animarnos todos los días con la idea que vivimos en un país maravilloso y excepcional por su gente primordialmente y por maravillosa orografía que contiene muchas inacabables riquezas, además de la madre tierra que nos regala una facultad de regeneración milagrosa y admirable.

Lo que vivimos ahora, para los espíritus sensibles, es lo que tiene sentido y no lo que nos aleja de esa proyección humana; hacerlo es distanciarse de las servidumbres humanas como la desigualdad de género y la discriminación. Ahora se salda cuentas con los discriminadores y enemigos de la diversidad étnica y de la mujer y continúa con ese empeño, sin revanchismos, legando para la historia las leyes de amparo.

La pertenencia a Bolivia es primero emocionarse por poseer esa identidad; es saber implementarse con buenos ejemplos y buscar el cambio definitivo, pues igualdad e indiscriminación nunca cambiarán en mentes progresistas y consecuentes ante la realidad del ser humano, que tiene la imagen y semejanza de Dios, que predicó la igualdad y el amor al prójimo, que no ha cambiado un ápice en 2.000 años, pese a los inconsistentes intentos de reformas. Corolario: no se puede ser contestatario a Dios.

Se debe tratar de no devolver las importancias injustas de otros gobiernos y cada vez relativizarlas, porque los bolivianos podemos arreglarnos sin necesidad de consejos perversos e insinceros, debemos recoger la experiencia.

En Bolivia, aunque las mentes no abiertas no quieran reconocerlo, se genera una gran historia, tanto personal como colectiva; personal, porque cada ciudadano debe asimilar los conceptos modernos de la igualdad, inclusión y ausencia plena de discriminación y, colectiva, porque ese colectivo luce ahora las mejores proyecciones justas que se defiende en una era que nos pertenece.

El autor es abogado, doctor honoris causa, docente universitario, escritor.

 
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