[Álvaro Zuazo]

Desprevenidos ante focos de calor


Los informes meteorológicos y los mismos hechos están demostrando que la época actual estimula los focos de calor, pero ni el Gobierno central, menos los urbanos y provinciales, tienen programas para combatir los fuegos. Esta es una condenable falta de prevención de los distintos organismos oficiales.

Por ello se pone en riesgo a las poblaciones, como también a la riqueza forestal que tiene el país y que debe ser protegida como un bien público de primer orden.

El reciente incendio forestal de Tarija, en la cuesta de Sama, que afectó 11.000 hectáreas de bosque, ha durado por lo menos tres días, sin que autoridad alguna hubiera informado hasta ahora sobre la magnitud de los daños materiales causados. No porque sea un incendio forestal, pese a que en el caso de Sama, que a su alrededor tiene población establecida, no se ha cuantificado los daños materiales.

Aunque este es un descuido oficial de magnitud, lo peor es que los focos de calor no sólo se producen en espacios forestales, pueden también afectar a cualquier población. Pese a este riesgo, las autoridades no se preparan adecuadamente para contrarrestar los efectos de un incendio, que habitualmente causan enormes perjuicios que hay que cuantificarlos.

Sólo de esta manera se tendrá la consciencia de que es necesario estar preparados para cualquier emergencia de esta naturaleza. En los centros urbanos no es suficiente tener carros bomberos para combatir los fuegos, también hay que tomar en cuenta sus efectos, particularmente en cuanto a daños que se producen.

Éstos, por lo general, son enfrentados por las víctimas, que en la mayoría de las veces se trata de personas de pocos recursos, por lo que las pérdidas que sufren con los incendios las dejan poco menos que en la calle, sin siquiera tener una cobija para abrigarse, ante la eventualidad de tener que pasar la noche en la calle.

Todos estos pormenores, que parecen ser nimios, representan verdaderos dramas para las víctimas, al verse, muchas veces, sin tener algo propio, ni siquiera en las manos.

Las autoridades prefecturales y municipales deberían conciliar los auxilios a prestar a las víctimas, aparte de estar preparadas para combatir los siniestros. La improvisación es condenable, en los hechos quiere decir que las autoridades locales no se ocupan de estar preparadas para toda emergencia.

La manera de hacerlo es formar con su personal comisiones que estén habilitadas de inmediato para apagar los incendios u otros siniestros imprevistos que ocurran, pero también para atender a las víctimas, no dejarlas al abandono, más o menos como se viviera en un erial descampado que no tiene convivencia con nadie.

Esta es la imagen que se ofrece en las ciudades y poblaciones provinciales cuando se producen situaciones totalmente imprevisibles, como por ejemplo un terremoto o por lo menos un modesto movimiento sísmico, pero que suele dejar sus secuelas.

Las autoridades, además, tienen la posibilidad de organizar a las propias poblaciones, para que estén organizadas y en condiciones de actuar colectivamente para auxiliar a los vecinos afectados por un súbito fenómeno natural, que puede producirse en cualquier lugar, sea la hora que sea y en magnitudes imprevisibles.

Es mejor estar organizados para cualquier emergencia, a que tengan que lamentar sólo unos cuántos sus efectos, sin que hay la solidaridad humana que debe prevalecer en todo lugar, sea en casas, condominios y edificios. Por supuesto, para que haya la reacción social inmediata es conveniente que en todo lugar, aunque sean unas cuantas familias, tengan la aptitud de socorrerse mutuamente, pero con anticipación estar organizados.

Se advierte en condominios y edificios que los vecinos ni se conocen y que, por lo tanto, aquello que pueda ocurrirle a alguno de ellos puede ser indiferente para los demás. Esa falta de solidaridad es deplorable, más todavía cuando se observa que los domingos y fiestas de guardar están llenos de feligreses, pero que a pesar de ser vecinos de un lugar conjunto, ni siquiera se conocen, menos entonces pueden ser solidarios en casos de desgracias, las que siempre son imprevistas.

 
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