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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Después del alud, la amnesia


La incertidumbre ha hecho presa a la mayor parte de la nación boliviana en estos momentos en que debiera estar más serena y concentrada que nunca. Porque los bolivianos no somos tan coherentes ni tan serios como siempre lo creímos, al menos no en lo que a nuestros menesteres públicos más importantes se refiere. Si la democracia está en estado de catalepsia, o si los muertos y perseguidos políticos aumentan día tras día, o si la justicia sigue tan inmunda que deja a los acusados en las cárceles en espera de un dictamen por varios años, esas cosas qué importan, si hay por el aire una granada de gas que hiere a la pierna de un joven inocente y que se puede comentar o si se puede debatir sobre alguien de los Andes que ase su estilógrafo para representar, con poco gusto estético y mucha sustancia crítica, a la Madre del Cristo en prendas interiores y llama su producción obra de arte. Todo puede desviar nuestra atención con harta facilidad, lo estamos comprobando; no hay nada demasiado importante como para que nos enfoquemos por un buen tiempo en el mismo asunto. Los titulares de algunos medios de comunicación son como un aspa loca que gira en revoluciones velocísimas, y no se les puede echar en cara eso, porque, al fin y al cabo, viven de vender sus noticias, dado que el mercado manda y porque la gente ama ver desnudos, debatir sobre las balas alojadas en los sesos de los compatriotas y hablar de las quimeras del aborto y el feminismo; pero los ministros no se salvan de esto, ni los diputados; hoy hablan de economía y finanzas públicas; mañana estará en boca de todos la proximidad a las costas del Pacífico; pero pasado mañana, os aseguro, los reportajes y las crónicas estarán dedicadas a los tunantes que gocen nuevamente de lo que en teoría comunicacional se llama “fama de los quince minutos”.

Así se han desarrollado nuestros menesteres; así hemos avanzado en el curso del tiempo. La clase obrera está perdiendo su pujanza y su prestigio. ¿No era la llamada a inflamar el espíritu revolucionario? ¿Dónde están esos trabajadores del pasado siglo, ésos que defendieron con uñas y dientes la democracia y la nación en sí misma? ¿Dónde están sus sucesores?

El problema es grave, y lo venimos arrastrando desde hace varios años. Como diría Giovanni Papini: “El problema actual no es únicamente de intereses y de razas, sino de civilización”. Porque ¿qué es el gobierno actual? ¿Os habéis planteado esa pregunta, científicos de la política y pensadores de la sociología? Ya no es una lucha de clases la que se libra en los medios y en las calles, sino una de justos e injustos; de respetuosos de la ley y de menoscabadores de la misma. Ya no es un choque de doctrinas liberales y proteccionistas, sino solamente una lidia de mezquindades y roñas. La teoría bellamente concebida en la mente de los lúcidos políticos, que (¡quiero creer!) los tenemos, ha de ser utilizada mañana, cuando se haya salvado la libertad, cuando se esté nuevamente por construir país, porque desgraciadamente, como se ve en el curso de nuestra historia, cuando entran los nuevos a ocupar las sillas de los viejos las cosas tienen que ser restituidas desde casi un punto muerto.

Los estudiosos y los intelectuales deben ponerse en pie de batalla. Las ideas que conciben deben ser puestas en consideración, porque, de otra forma, ¿para qué sirven? La academia es demasiado pasiva, y eso hace que no me guste. Los físicos hallan teorías, los químicos descubren medicinas, los ingenieros renuevan construcciones; todos ellos contribuyen y no son ajenos a la práctica.

Detrás de los cañones de Napoleón estaba Standhal, suministrando alimentos; en una que otra escaramuza del Cáucaso estuvo atrincherado Tolstoi…

 
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