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[Armando Mariaca]

Discriminación, grave atentado contra los derechos humanos


En la vida de los pueblos, la discriminación se ha convertido en causa de dolor, de angustias y desesperanzas; en abusos por mal ejercicio de los poderes que dan las leyes; por diferencias económicas, educativas y culturales; por razones de salud y por cuestiones político-partidistas que se consideran propiedad sagrada para los que cuentan con el poder que los pueblos les han confiado y conferido mediante el voto, y, mucho más por los que ejercen funciones debidas al carácter dictatorial o tiránico de regímenes que actúan contrariamente al imperio de las leyes morales y civiles.

Las desesperanzas sufridas por colectividades sometidas a voluntades arbitrarias son discriminaciones que vulneran principios de las libertades, la justicia y la democracia; son hechos que lastiman a los pueblos, cuyos habitantes tienen los mismos derechos, las mismas libertades, los mismos dones que Dios ha creado en favor de todos y en todos. A propósito, el Papa Juan Pablo II ha calificado a la discriminación como una “plaga dolorosa existente en muchos sitios del mundo, bajo formas particularmente crueles”. Decía, para confirmar sus ideas: “Hay que ratificar siempre, con la debida fuerza, que todos los hombres son hijos de Dios y hermanos entre ellos, y gozan de igual dignidad y derechos”.

En la historia de la humanidad, muchos de los grandes conflictos se han debido a la discriminación que se hizo de los hombres; en la mayoría de los casos, por cuestiones raciales, por la creencia absurda de que quienes no son arios o blancos son de “inferior categoría” o “no están dotados para merecer los beneficios del progreso, de la ciencia, de la educación o que están en escalas inferiores de valores”. La historia muestra los casos de todo lo ocurrido con el nazismo instituido por el dictador y tirano Adolfo Hitler que discriminó no solamente lo racial sino hasta lo económico y cultural; sojuzgó a su propio pueblo y trató de imponer condiciones contrarias a los derechos del ser humano. Casos como los que implantó otro dictador y tirano, José Stalin en la URSS que buscaba que todos estén en el partido comunista, que nadie piense o sienta diferente a su militancia, que todo el pueblo actúe conforme a los dictados del partido comunista. Otro caso, para no mencionar muchos otros, el de otro tirano como fue Fidel Castro que impuso el “castro-comunismo” y pretendió expandirlo con miras a discriminar a los hombres e imponer, por la fuerza del “paredón” con uso de las armas, condiciones de vida que eran de fuerza con falta de libertad, con dolor y lágrimas para el pueblo.

Lo que ocurre hoy en varios pueblos, especialmente del Cuarto y Tercer mundo -incluídos ricos y desarrollados- es que se discrimina a los hombres, tan solo por el color de su piel, en la educación y salud, en proporcionar empleo, pago de sueldos y salarios, vivienda y otros beneficios porque “el partido” y las conveniencias personales del que tiene poder “deben ser únicas y ser, además, inviolables, permanentes” sin importar los derechos ajenos; sin tener en cuenta que todos son hijos del mismo terruño; regímenes que manipulan la justicia y desconocen la institucionalidad que debería regir; que buscan ser privilegiados en todo y dueños de los bienes que, justamente, pertenecen a todo el pueblo. Se dice que “todos los hombres son iguales ante la ley”; sin embargo, en los hechos, es todo lo contrario.

Hay, pues, en muchos países pobres grandes contrasentidos porque se pregona y hace demagogia sobre la dignidad del ser humano, de sus “derechos inalienables” o de buscar “mejores condiciones de vida para todos” y la práctica es diferente y se los trata como a seres inferiores o indignos de codearse con los que poseen poderes; son indignos de tener las mismas escuelas, colegios y universidades, los mismos hospitales porque no están acordes con quienes están imbuidos de soberbia y petulancia (casos del nacismo; el ku-klux-klan en los Estados Unidos y otros extremos en países del Africa como el Apartheid ya superado).

Combatir la discriminación debería ser labor de todos los hombres y de todos los pueblos, porque la discriminación es plaga que debería desaparecer por el mismo hecho de que se habla de dignidad, de derechos, libertades, imperio de la justicia y de vida democrática con vigencia de la Constitución y las leyes. Muchas veces, ocurre que el contrasentido lleva a mostrar que esas leyes son vulneradas porque así conviene a las conveniencias e intereses creados que marginan a los demás en beneficio del poder político o, muchas veces, económico, social y hasta cultural.

Relegar a planos secundarios los derechos políticos de posibles contrincantes o rivales en el objetivo de conseguir una situación prominente, es discriminación, es contraria a todo lo que se ha dicho y a todo principio moral y cívico, especialmente cuando para cumplir objetivos subalternos se violan principios y valores que deberían ser sagrados, especialmente para quienes y por quienes cuentan con situaciones creadas para el servicio a los pueblos sin diferencias ni discriminaciones que avergüenzan y lastiman.

 
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