La historia es lapidaria e irreversible. Ha condenado, por consiguiente, el canibalismo político, que lesionó la dignidad de las personas, provocándoles daños psicológicos y físicos, en dictadura.
Aquel hecho, de matices trascendentales, posibilitó el retorno, en 1982, de la democracia boliviana, tantas veces arrinconada y ultrajada, por quienes creían ser dueños del destino nacional, que manipulaban al pueblo boliviano con mentiras y falsas promesas. Y asumían acciones de prepotencia a fin de amedrentar a la población.
Las fuerzas que detentaban el Poder absoluto se engullían, en una práctica canibalesca, a quienes disentían con sus propósitos políticos. Los tildaron de cualquier cosa para descalificarlos o perseguirlos, intimidarlos o encarcelarlos.
Se imponía la ley de la selva. Por cuanto aquellas ejercían el Poder saboreando la derrota de sus adversarios y entre ellos, algunas veces, estuvieron sus propios ex aliados. E ignorando, de igual modo, los objetivos de la convivencia civilizada, que se podría resumir en paz social, tolerancia y unidad nacional.
Practicaron el canibalismo político movidos por ambiciones, por revanchismos o diferencias ideológicas, reeditando los tiempos iníciales de nuestra era republicana, tan caóticos y frustrantes.
Con ese matiz vergonzoso se ha escrito la historia Patria. Las páginas de ella están salpicadas con sangre y oscurecidas por el dolor y la angustia. Esa cultura histórica hemos heredado, desgraciadamente, de los que nos han precedido, en un mundo injusto.
Tenemos pasajes históricos que nos horrorizan y que deberían avergonzarnos. Asimismo deberían llevarnos a una profunda reflexión de cara al futuro. Y que las nuevas generaciones no incurran en esos mismos actos degradantes que deterioraron la imagen del país en el contexto internacional.
Los críticos, los contestatarios y quienes “divagaban” siempre estuvieron controlados, acosados e investigados, por sus ideas que pretendían reivindicar la libertad, en democracia. Y por haber dado a conocer la vulneración de derechos humanos y las irregularidades cometidas en la administración de la cosa pública.
Hasta antes de la restitución democrática, en Bolivia el canibalismo político hizo de las suyas. Ha restringido ideas y ha reducido a sus cultores. Allanó domicilios particulares, empleando la fuerza bruta. No le conmovía el llanto de las mujeres ni de los niños. El afán era castigar al enemigo.
Había una época, casi finalizando el siglo pasado, cuando tomaba cuerpo aquella inquietud de humanizar la política, en democracia. Permitiendo, indudablemente, que ella cumpla su rol específico en libertad y rodeada de todas las garantías constitucionales. Con esta actitud se pretendía marcar un rumbo diferente al del pasado, pero la suspicacia no fue despejada.
En suma: que no vuelvan a surgir estos funestos hechos que, al margen de dividirnos y confrontarnos, ofrecieron un triste espectáculo de Bolivia ante la opinión pública internacional.
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