Produciendo ‘Caballo de Guerra’

La odisea de un caballo y su retorno a casa



¿Cómo desarrollar una historia universal de amor, guerra, fortaleza y esperanza cuando el personaje central es un inocente potro pueblerino, en busca de amabilidad, de amistad y de encontrar la forma de volver a su hogar?

Ese desafío atrapó por completo a Steven Spielberg cuando se topó con la novela de Michael Morpurgo Caballo de Guerra (War Horse, según su título original en inglés). El libro, que presentaba una leyenda inspiradora, presentaba cualidades únicas. Todo tipo de historias han surgido a partir de una guerra: relatos de romances, de heroísmo, de dilemas morales, de familias separadas que trascienden tiempos difíciles. Pero ésta era una historia de guerra como nunca antes se había visto: estaba narrada desde la travesía de un animal, lanzado a los campos de batalla, sin malicia alguna y sin intención de formar parte de ningún bando, movido exclusivamente por su ardiente deseo de vivir y de retornar con los seres a quienes ama.

Recrear la historia con justicia implicaba una proeza creativa y técnica que capturó la afición de Spielberg por narrar cuestiones de la condición humana. Debido a su alcance, ésta era una película que tenía poco que ver con los efectos especiales y mucho con todo lo relacionado con el cine de estilo artesanal, con el trabajo y la inteligencia de los humanos y con actuaciones memorables, tanto de actores como de animales. Otro aspecto fundamental era guiar a un dedicado equipo de trabajo para que triunfara el espíritu en medio de un conflictivo paisaje, tan inolvidable como complejo. Caballo de Guerra invoca la clásica narrativa cinematográfica, tejiendo una cadena de historias individuales en un intrincado lienzo que describe el poder de la esperanza en tiempos difíciles.

La novela había sido narrada con el simple poder de la alegoría. La obra teatral, que Steven Spielberg vio en Londres a pedido de su productora y veterana colaboradora Kathleen Kennedy (quien produjo durante las últimas cuatro décadas las obras más influyentes de este director), transportaba emocionalmente a la audiencia con su imaginativo uso de las imponentes -aunque despojadas- marionetas de caballos. Pero Spielberg entendió de inmediato que él debería encontrar su propio estilo visual para darle vida a la historia en la pantalla gigante. Así, se involucró con ésta al galope.

“Las marionetas eran magníficas sobre un escenario pero yo sabía que, si íbamos a contar la historia en cine, debíamos hacerlo con caballos verdaderos”, comenta Spielberg. “También me había encantado el libro, que está narrado desde el punto de vista de Joey, al punto tal de que puedes ‘escuchar’ sus pensamientos. Yo sabía que eso no funcionaría para el film, pese a que me permitió entender la importancia de relatar la historia desde distintos puntos de vista”.

Siguiendo un camino diferente, Spielberg imaginó la película emergiendo de la tradición de una odisea, un viaje mítico que impulsa a un héroe joven hacia un mundo peligroso, sólo para verlo regresar con una mayor sabiduría -duramente adquirida- y una nueva perspectiva de la vida. Sólo que, esta vez, el viajero tendría la perspectiva de una especie distinta, silenciosa pero profunda, capaz de atestiguar la humanidad en su costado más perturbador pero también estimulante.

Estructuralmente, la película se convirtió en un estudio acerca de cambiar humores que van desencadenándose uno al otro: la rústica historia de la juventud de Joey en la villa da paso al shock y la carga de adrenalina de un valiente y mecanizado campo de batalla, que a su vez abre el camino hacia una granja idílica en Francia, llena de placeres pastoriles que desencadenan el caos de las trincheras y las desoladas tierras de nadie, todo lo cual refuerza los emotivos recuerdos de aquella villa en la cual Joey comenzó este viaje, y hacia donde espera regresar.

El valor es lo que mantiene a Joey y Albert a través de su separación durante cuatro peligrosos años, y es también la valentía lo que se convierte en un tema principal del film, entretejido en la textura general de la historia. “Creo que Caballo de Guerra tiene mucho para decir acerca del valor y de hacer las cosas no sólo para uno mismo sino por el bien de aquellos a quienes se ama. Ese tema se aborda en la película de diferentes maneras”, apunta el director.

Cada sitio al que Joey arriba durante su travesía, encuentra gente y animales que dan todo lo que tienen a cambio de la posibilidad de sobrevivir. Desde el inicio, la idea de pasar casi inadvertidamente de una fascinante historia a otra, a través de todas las experiencias de Joey, resultó interesante para Spielberg. “Creo que nunca antes había trabajado con esta especie de formato episódico, con pequeños relatos que se agrupan para formar una gran historia”, observa. “Los personajes vienen y van mientras Joey atraviesa sus vidas y nosotros podemos ver cómo cada uno de ellos imprime algo de sí mismo en el animal, a la vez que Joey deja algo en ellos también”.

 
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