Pepino, chorizo, sin calzón...

Por David Foronda H.

La algarabía de los niños era tal en esa barriada populosa de La Paz, que la alegría en sus pequeños rostros, matizada por largas carcajadas que hasta les hacían lagrimear, era una característica muy propia de tales villorios en las festividades carnavaleras.

¿Qué causaba aquel jolgorio? las desventuras de un pepino que se encontraba en completo estado de ebriedad. Así era una de las facetas del carnaval de antaño, de aquellos que transcurrieron por la década de los sesenta, o sea hace más de cincuenta años.

El pepino, un peculiar personaje de las fiestas en homenaje al dios Baco, siempre despertó en esos años, aquellos tiempos añorados que no volverán a ser vividos según sostienen muchos, el interés y la curiosidad de toda la vecindad. Ya sea por sus travesuras, sus chistes, sus acciones, y sumado a ello su tradicional vestimenta, consistente en un traje entero, una máscara, una bolsa donde siempre tenía mixtura, confites, serpentinas, dulces, harina, y sus infaltables “chorizo” y “matasuegra”.

Demás está decir que al mejor estilo del Arlequín italiano, del cual deriva el pepino según se comenta, y a diferencia de que éste no tenía su Colombina, sino que más bien era solitario, y siempre a la caza de una “dama”, nuestro personaje era un don Juan “chucuta”, enamoradizo, y capaz de lo que fuere con tal de lograr su propósito de pasarla bien, hacer que los demás disfruten a sus costillas, y de ser posible “conquistar” una cholita o una imilla en un lance amoroso.

Existen innumerables cuentos sobre este tradicional y típico representante del carnaval paceño de antaño. Se recuerda mucho aquella versión, cierta además, referida a una cholita que después del carnaval advierte que está embarazada llegando a tener serios problemas en su hogar y ante la tenaz insistencia de la madre en saber quién es el padre del niño, como respuesta ella exclama: “el pepino”. El estado de alegría embriagante combinado con las bebidas espirituosas había logrado ese resultado.

¿Por qué los niños en ese humilde barrio reían hasta orinarse en sus pantalones? Porque era un pepino que ya se pasó de gracioso; estaba tan borracho que en lugar de pararse y andar de manos como solía hacerlo cuando estaba cuerdo resulta que se daba cada “costalazo” en la calle empedrada ante el alborozo de los circundantes. Es de imaginar cómo estaría su “humanidad” después de semejantes caídas.

Agarraba su “chorizo” y en lugar de sonar a una persona, le daba duro a un poste de energía eléctrica a más no poder. Mientras los pequeños pilluelos a su alrededor gritaban “pepino,chorizo, sin calzón”, lo que lo estimulaba a cometer en su estado de ebriedad mayores “peripecias” para que gocen todos. Con su “matasuegra” (cartón plegado de varios colores, que semejaba una palmeta) vanamente trataba de aplicar un “matasuegrazo” a cualquier niño e incluso a una anciana que en su mente ya delirante le parecía que era “su suegra”. Estaba entre San Juan y Mendoza, y al final acabó durmiendo abrazado de un perro callejero, el cual lo lamía en la cara como compadeciéndolo. Ese era uno de los pepinos de antaño, siempre presto a correr aventuras cual si se tratase de un moderno Don Quijote criollo. Aunque también había alguno que otro calificado como matasiete, o sea un fanfarrón que se preciaba de valiente, que felizmente eran los menos. Hoy las cosas y los tiempos han cambiado, pero se estima que siempre habrá un pepino de noble, puro y tierno corazón.

 
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