¿Y el juramento hipocrático o la Declaración de Ginebra?

Lucía del Rosario Soliz Silva

Cuando los médicos se gradúan, en el momento de ser admitidos entre sus colegas, se comprometen solemnemente a consagrar su vida al servicio de la humanidad: “Desempeñaré mi arte con conciencia y dignidad. La salud y la vida del enfermo serán las primeras de mis preocupaciones… Respetaré el secreto de quien haya confiado en mí. Mantendré, en todas las medidas de mi medio, el honor y las nobles tradiciones de la profesión médica... No permitiré que entre mi deber y mi enfermo vengan a interponerse consideraciones de religión, de nacionalidad, de raza, partido o clase. Tendré absoluto respeto por la vida humana, desde su concepción. Aun bajo amenazas, no admitiré utilizar mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Hago estas promesas solemnemente, libremente, por mi honor”.

Si estas promesas fueran cumplidas, no estaríamos viviendo días tan álgidos y crueles para nuestros hermanos que necesitan atención médica y no pueden obtenerla.

Si cumplieran ese compromiso los galenos, buscarían otros medios de presión contra el Gobierno para sus demandas laborales, pero no, como siempre el pueblo es el que lleva sobre sus espaldas todas las malas políticas y decisiones de movimientos sociales y grupos sindicales.

Lamentablemente la profesión médica se ha convertido en un medio lucrativo, sin sensibilidad ni amor al prójimo, salvo honrosas excepciones en los centros de salud, sean estatales o semi estatales, subvencionados, etc., en los cuales se paga precios relativamente módicos. Más tardamos los pacientes en entrar que en salir, porque los médicos dejan de leer un rato su periódico para escuchar y escribir la receta sobre la base de la descripción buena o mala del enfermo, o bien escriben órdenes para pedir análisis de una u otra cosa y si es de todo mejor.

No se dan la molestia de revisar al paciente, ni siquiera para tranquilizarlo, como si estuvieran jugando a la adivinanza o un juego de azar, para luego confirmar o rechazar su conjetura con los análisis, si es que el paciente puede realizar dichos análisis o, mejor dicho, si se lo permite su magra economía, en caso contrario se queda en la nada y el enfermo, bien gracias, con calmantes provisionales.

Generalmente las personas cuando son atendidas correctamente por el profesional médico hasta psicológicamente se alivian, al ser evaluados con interés y dedicación, pero en la forma que atienden uno sale mucho peor de lo que entró, preocupado por conseguir los recursos económicos para la lista de análisis que le dieron, comenzando por el famoso hemograma completo.

En los hospitales públicos los asegurados si bien no sufren por conseguir los recursos económicos para este “pasanaku” que juegan las diferentes especialidades, tienen que lidiar con otros problemas por la escasez de recursos y conformarse con medicamentos paliativos. Son obligados a recurrir a otros centros de salud, es decir los que pueden o los que cuentan con algún recurso económico extra.

Al respecto, el recordado e incansable defensor de los sin voz, en estas mismas prestigiosas páginas de opinión, don Alfredo Peralta Auza, bien decía: “Cuidar de la salud del pueblo nace de que el hombre es el capital más preciado de una Nación y debe ser la base fundamental de todo plan de gobierno y de las organizaciones científicas médicas, para que manteniendo su bienestar biológico y mental, tenga un mayor rendimiento personal en el proceso de desarrollo socio económico del país” (22/6/1982).

En estos días en los que recordamos la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo debemos recapacitar sobre el mayor mandato Divino, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, para que no quede en palabras y se traduzca en hechos. En el presente caso, que el sector de salud, sobre todo los médicos tomen conciencia y cumplan su rol a cabalidad, porque no deben olvidar que trabajan con seres humanos, los cuales somos creación Suprema.

Dios permita que tanto las autoridades gubernamentales, cualquiera sea su religión o credo, como las partes en conflicto, actúen pensando en el ser humano, no sólo como recurso y capital primordial de una sociedad, sino como seres iguales, ya que los que están ahora arriba, mañana estarán abajo y no les gustará sufrir lo que están sufriendo ahora los enfermos que necesitan ayuda médica y nada pueden hacer para paliar sus dolencias.

Santa Cruz, abril de 2012.

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