[Fernando Untoja Ch.]

Ojo aymara en aniversario de una “Revolución”


En una sociedad que funciona con moldes coloniales y prejuicios feudales, las fuerzas políticas son siempre fuerzas de apropiación/exclusión, dominación/explotación de una porción de la realidad. La percepción en sus diversos aspectos es la expresión de fuerzas que apuntan a la apropiación y dominio sobre los “indios”. En el ámbito de las luchas sociales y políticas, lo que se ve es la sucesión de fuerzas que apuntan a la destrucción de la Nación aymara-quechua; al mismo tiempo la coexistencia y la duplicidad de las fuerzas de derecha e izquierda con el discurso de la revolución “luchan” y buscan conseguirlo.

Un proceso y un mismo fenómeno “cambia” de sentido de acuerdo con la fuerza que se apropia del poder. La historia de la revolución es la variación de estrategias para destruir la Nación aymara-quechua. Por eso para nosotros cualquier subyugación, cualquier dominación exige una nueva interpretación, dejar a un lado las mitificaciones de algunos eventos de la historia. Destruir el indigenismo y el indianismo que por ahora son estímulos para agitar resentimientos al servicio de la oligarquía.

En nuestro país, todo acto político es “histórico” y “revolucionario”; cualquier gallo de la esquina salta al palacio y grita: “Revolución”. Esta impostura de la historia congela toda posibilidad de transformación en la sociedad boliviana; mantiene el desastre económico sin peso ni posicionamiento en la topología económica del mundo. Las revoluciones se urden en las estructuras feudales y aspiran siempre a ser oligárquicas, sean de derecha o izquierda, el pretexto de la revolución está destinado a dominar y explotar a la Nación aymara-quechua.

Bajo esas consideraciones, el proceso de 1952 engendra la “revolución indigenista”; existen más similitudes que diferencias. Así en el 52 el MNR ataca al sistema feudal en el campo político; en lo económico convierte al Estado en mercader. El MAS confunde oligarquía y burguesía, entonces ataca a los productores y retorna al Estado mercader. La “revolución” alarga su duración con: “hemos hecho la revolución para los indios”, “hemos incorporado el indio al Estado”. Pero lo cierto es que la “revolución” niega la nacionalidad, clasifica la sociedad desde el Estado y reduce a la Nación aymara-quechua en una simple clase social (campesinos).

En esta impostura el MNR y el MAS se alimentan de la misma fuente feudal; el primero busca liberar al indio, sin el “indio”; el segundo busca liberar a indígenas reduciendo la Nación Aymara-quechua a simples indígenas. Liberar al “indio”, o liberar al “indígena” es el paternalismo neocolonial que reproducen izquierda y derecha; rosca/monopolio, revolución /reacción giran sobre el mismo pretexto político.

Para las dos concepciones (MNR/MAS) los aymara-quechuas son reducidos a campesinos o indígenas, una categoría de “ignorantes indiferenciados” a quienes se les debe salvar con la revolución. La revolución buscaba “acabar con la rosca”, pero terminó constituyendo una rosca política y desde ahí se canta: “hemos dado tierra a los campesinos”, “nuestros campesinos son libres”, por primera vez “hemos incorporado a los indios al Estado”.

Los otros con el mismo tono y más colorido responden: “hemos liberado al indígena”, “hemos incluido en el Estado plurinacional”, “por primera vez son reconocidos los indígenas en la CPE”. La pequeña diferencia está en la mitificación del indígena: “el indígena es la reserva moral”, “el indígena vive en armonía con la naturaleza”, etc. ¿Qué significa esto? Simplemente reproducción del poder neocolonial, unos en nombre del Estado-Nación y los otros del Estado plurinacional.

En estos 60 años de cogobierno y permanencia en el poder, el MNR por la falta de una renovación de pensamiento se fue agotando. Si continúa viviendo de nostalgias y cantando hasta el cansancio: “el voto universal”, “la nacionalización” y la “reforma agraria”, corre el riesgo de desparecer junto al MAS.

Mientras así resuena la revolución, los kollas ocupan silenciosamente todo el territorio, establecen nuevas relaciones económicas y sociales y dan el sello de identidad nacional; allí se construye una nueva reconfiguración económica y política para Bolivia.

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