[Luis S. Crespo]

El Día Histórico - 26 de mayo de 1880

Batalla del Alto de la Alianza

Parte II

LA NARRACIÓN DEL CORONEL MURGUÍA

El coronel Murguía, en su parte oficial, escribe: “Aquellos batallones enemigos tuvieron que cedernos el terreno, huyendo en vergonzosa fuga y puestos en completa derrota por los bravos del 1º de Bolivia; el compacto y nutrido fuego que éstos recibían, no logró atemorizarlos, ni fue parte alguna para que con heroico esfuerzo arrebataran al enemigo seis piezas de cañón, con las cuales desde allí nos hacían mucho daño y hostilizaban a nuestros compañeros pretendiendo flanquearnos por completo.

Las piezas tomadas y calientes aún eran dos Krups de calibre mayor, tres de menor y una ametralladora desmongada y caída; todas ellas con sus respectivas municiones, rifles abandonados por el pánico del contrario, tres banderolas tomadas por un oficial y dos sargentos de los colorados”.

“Avanzábamos y avanzábamos -continúa Murguía-, difundiendo cada vez mayor terror a las destrozadas filas enemigas, pasando sobre cadáveres y rifles abandonados; pero presentóse muy luego la numerosa caballería enemiga, que con veloz carrera y por escuadrones se nos venía a la carga, pretendiendo flanquearnos nuestro costado izquierdo, para envolvernos y arredrarnos.

Vi entonces ocasión de realizar los brillantes cuadros de infantería que nos sirvieron para demostrar una vez más al enemigo la destreza y pujanza de nuestros soldados; ante aquella carga de caballería ordené formar cuadrilongos para esperarla; los cuadrilongos fueron formados en número de seis; la rapidez de ejecución de estos movimientos correspondía a la velocidad del avance del enemigo que se acercó hasta quince metros de los cuadros; armada la bayoneta, una descarga que parecía hecha por un solo hombre, lo recibió y después otra y otra, uniformes y tremendas; la caballería volteó caras en menos tiempo del que basta para decirlo. Ordené dispersión en guerrillas; la orden fue obedecida con pasmosa celeridad: los bravos del 1º se lanzaron en persecución del agresor, que huía y huía acosado por un fuego tenaz”.

“Apercibido el grueso de las reservas enemigas del destrozo de los suyos, envió un refuerzo considerable a cuyo amparo se rehacían los antes dispersos batallones: artillería y caballería. Mis soldados, sin embargo, no perdían terreno, sino que, por el contrario, obligaban a retroceder a los vencidos aún no puestos cerca de su reserva, que avanzaba en un movimiento envolvente y acelerado. El enemigo, ya inmensamente superior en número, elementos y descanso, amenazaba envolver a nuestra diminuta tropa; nuestros flancos estaban, a poco, tomados y ocupado el frente, de manera que aquella avalancha humana formaba un semicírculo semejante a un herraje de fuego a nuestro alrededor. Fue, pues, indispensable abandonar los lauros conquistados y ordené fuego en retirada (serían las 3 y 30 p. m.)”.

Ya en pleno día se vio el campo cubierto de puntos rojos y amarillos: eran los Colorados de Bolivia, que como los legionarios de Roma en Benavento habían caído dando la cara al cielo.

LA ACCIÓN EN EL CENTRO Y EN EL ALA DERECHA

Mientras tanto, en el centro y en el ala derecha, el combate era tenaz y encarnizado, la división Barbosa, del ejército chileno, sembraba la muerte en sus filas.

Dublé Almeida, jefe del Estado Mayor de Barbosa, logró colocar su artillería en una posición dominante y combinando así el ataque de fusiles y cañones con nuevas y numerosas fuerzas, ensayó un movimiento concéntrico que abría grandes claros en las filas aliadas.

Al cabo de cuatro horas de lucha incesante, las fuerzas mandadas por Montero cedieron al impulso verdaderamente heroico de las fuerzas chilenas mandadas por Barbosa, quienes tomaron el fuerte donde funcionaba la artillería boliviana, dirigida por el coronel Adolfo Flores.

EL FINAL DE LA BATALLA

Después de tensión nerviosa tan larga, todo en una, rompía orden, disciplina y concierto en el campo aliado. Ya no era posible que se oyera la voz de los jefes ni los clarines de órdenes.

Se bregaba automáticamente a las luchas parciales, sin cohesión ni tino, aunque ofrecían actos de valor y escenas de heroísmo increíble; no conseguían detener la ola victoriosa que ordenadamente empujaba el general chileno. Todavía Montero en sus filas se esforzaba inútilmente y Campero tomando una bandera del batallón desbandado, procura contener el desorden hablando al patriotismo. Nada, la derrota estaba pronunciada, el sacrificio consumado y el ejército conquistador en plena victoria.

EL REPASO DE LA MATANZA

A las tres y media de la tarde todo había terminado. El extenso campo de batalla estaba materialmente sembrado de cadáveres. Espesos vapores de sangre se levantaban de ese inmenso arenal, que llegaban a embriagar a los vencedores, infundiéndoles más rabia si aún puede caber mayor que la que ostentaron en la pelea; más sed de matanza y carnicería… Y los bárbaros mataban sin piedad a los desgraciados a quienes la muerte había respetado en ese inconcebible diluvio de balas.

Sólo una cosa se mantenía en pie por encima de todos esos escombros humanos horriblemente mutilados: era el estandarte de la “Cruz Roja”, que suspendido en los toldos de la ambulancia, ondeaba tristemente, como sirviendo de epitafio a ese gigantesco sepulcro, donde habían caído para no levantarse más, centenares de corazones, que momentos antes consagraban todos sus latidos a la Patria, por cuyo amor acababan de sucumbir…

LOS MUERTOS Y HERIDOS

El ejército boliviano dejó en el campo 1.500 hombres entre muertos y heridos; el peruano 1.200 y el chileno 2.100. Total: 4.800 hombres entre muertos y heridos.

Entre los muertos del ejército boliviano hallábanse el general Juan José Pérez y los coroneles Agustín López y Felipe Ravelo, Severo Uría, Isaac López. Heridos, los coroneles Eliodoro Camacho, Melchor González, Ildefonso Murguía, y los jefes de distintas graduaciones Clodomiro Montes, Pedro P. Vargas, Vicente Crespo, Néstor Ballivián, José E. Viscarra, Julio Carrillo, Adolfo Palacios, José Manuel Pando, Néstor Díaz Romero, Juan Reyes, Manuel Marañón, Luis Gelabert, Mariano Colvimontes, Zenón Zembrana y muchos otros más.

EL DIARIO, 26 de mayo de 1925.

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