[Juan José Chumacero]

La “dictadura” del adjetivo


Después de que Evo Morales vio en Facebook mensajes discriminatorios y racistas se quejó: “me comparan con un mono ni siquiera me parezco ni me igualo con el mono” (?). El gobernante asegura haber visto que en esa red social es tratado como burro, animal, ignorante (Página 7, 21/05/2012: 5). En consecuencia, como era de esperar se impone una respuesta al “palo”. De hecho, los asambleístas -ante una aparente falta de creatividad- buscan cómo “regular” estos mensajes en la redes, aunque uno de ellos admitió su inviabilidad; es probable que haya comprendido que esta propuesta es inconstitucional, pues viola el derecho a la expresión como derecho natural.

Sea como fuere, parafraseando a Joan Prats, diría que la recurrencia de adjetivos gusta de las comparaciones y de argumentos subjetivos (probables). Sin embargo me llama la atención -ya que de comparaciones se hablo- la pretensión del FBI, aparato de inteligencia norteamericano, que quiso crear un dispositivo para rastrear los mensajes en las redes, con el pretexto de “prevenir” actos de violencia. No quiero creer que sea una burda imitación, pero dadas las circunstancias y la experiencia política oficial todo puede ser.

Los adjetivos son palabras que nombran o indican cualidades, rasgos y propiedades de lo que se piensa y que generalmente confunden lo que se piensa -en muchos casos- de manera antojadiza, debido a la formación educativa de quien lo expresa. En consecuencia, Sr. Presidente, no se moleste con el Facebook, incluso le cuento, parafraseando al ruso Román Jakobson, que estos criterios probablemente tienen la función fática de entablar un contacto social con otras personas. Mientras tanto, Sr. Presidente, haga su trabajo, deje que el Ministerio del ramo se ocupe de estos sainetes y no pierda tiempo con la distracción de estas redes.

Como sea, el Estado partido que está como preso de una cultura inmaterial toponímica, no quiere desmarcarse de los usos y costumbres neoindígenas y ello conlleva a la confusión de que el ser indio es orgullo en un tiempo y en otro no. Por ello como parte del discurso oficial, con los adjetivos se “reprogramó” a la sociedad en indios y no indios, en buenos y malos, con el objetivo de “inventar” entuertos para judicializar la política. Sea como fuere, los adjetivos postulan ficciones.

Parafraseando a Prats, éstos se presentan como “argumentos” que defenestran lo fáctico y por ello no les puede evaluar en su dimensión ficticia, pues siempre están fuera de contexto. Engels ya advertía y solucionaba este entuerto en una carta a Bebel: “la insipiencia de la retórica adjetival o retórica intrascendente no es requerida para la orientación ideológica, pues la libertad a que se somete está pronto a dejar de existir”.

Se debe advertir que la “dictadura” del adjetivo de alguna manera ha sido promovida por el poder y ha servido para defenestrar a la oposición y a los descontentos que han creído en el cambio. De hecho, varias leyes y especialmente la ley 045, al igual que las intenciones del FBI imperial, no tienen sustento moral. Es decir que apenas se queja el gobernante, el presidente del Senado tilda de “cobardes” a los internautas, como otrora los periodistas resultaron ser “pollos de granja”, o durante el entelético paro de los médicos, éstos no pasaron de ser unos “flojos”… intuyo que alguien está “probando” de su propio chocolate.

La queja con ribetes de “distracción” surge justo cuando un 75,40 % de los paceños considera a Evo Morales un mentiroso (Pág. 7, 5/5/2012:5), cuando nadie conoce a los responsables de la represión a los indígenas en Chaparina en el caso TIPNIS, el entuerto con la Jindal en el caso del Mutún, el caso de los 54 cadetes. En consecuencia, al parecer como no se puede justificar lo injustificable, cobran fuerza los adjetivos. La administración debería advertir lo que connota Pablo Estefanoni: “el propósito de crear una nueva civilización antioccidental pletórica de mística como ideología es una ficción pura y dura”, o mejor como lo dice Paulovich: “alabanza en boca propia es vituperio”.

El autor es Director del Centro de Información, Servicios Educativos y Comunicación (CISEC).

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