
Es cierto que la humanidad en los últimos tiempos ha dado grandes pasos en el campo social, hablando particularmente de la equidad de género. Contemplada como uno de los Objetivos de Desarrollo del Milenio desde el año 2000, cuando los 189 países miembros de las Naciones Unidas se trazaron esas metas de desarrollo humano que deben ser cumplidas hasta 2015, ha merecido ciertas consideraciones en casi todo el mundo. No obstante, su plena puesta en vigencia, según parece, se encuentra todavía muy distante. Pese a todo el impulso que se ha pretendido darle, la inequidad es más bien la que campea aquí y allá, para pesar del denominado “sexo débil”.
Sólo con seguir diariamente las informaciones que nos traen, o nos llegan a través de los diversos medios de comunicación, basta para comprobar que esos nobles fines no son cumplidos a cabalidad, por el contrario, las agresiones, discriminaciones, los malos tratos y otros hechos negativos que atentan contra las mujeres, son cotidianos en este planeta.
Desde la utilización del lenguaje que, se dice es sexista, hablando particularmente del español, y pasando por escenarios como los relativos a marcadas diferencias en materia salarial, ventajas laborales, marginación en la toma de decisiones, relegamiento en el campo político, amén de otros aspectos desfavorables, hasta el maltrato en el propio hogar, deplorablemente la mujer continúa afrontando, asumiendo y cargando una pesada y lacerante inequidad. Por donde se vea, esto acontece virtualmente en todos los países de la Tierra, aunque en algunos es más desesperante y brutal.
El nuestro no podía dejar de ser la excepción, y los ejemplos de una realidad que es advertida allende nuestras fronteras, también se repiten en estas latitudes. Aunque es evidente que se han dado avances en Bolivia en materia social en los últimos años, pero también no deja de ser cierto que dicha inequidad de género persiste con fuerza, afectando sobre todo a quienes menos recursos poseen y a las que están contempladas dentro de las denominadas mayorías nacionales, resultando ser en definitiva las “depositarias” de la misma, y ampliándose a una secuencia de desigualdades de toda índole en contra suya.
Todo va desde la utilización en nuestra sociedad de un predominantemente lenguaje sexista, el que busca ser “disfrazado” con una serie de argumentos, como que es parte de la picaresca idiosincrasia boliviana, hasta el simple hecho de no compartir adecuadamente las responsabilidades domésticas hogareñas. Tales diferencias y desigualdad están a ojos vista, empero todo parece tan “normal” y “natural” que ya las propias mujeres no hacen reparo a semejantes inequidades. Por ello nos preguntamos: ¿la equidad será una utopía?
Se debe reconocer que aún nos falta mucho camino por recorrer antes de llegar a ser una sociedad equitativa e igualitaria, finalidad que únicamente se logrará con una profunda educación, de la cual se habla que hoy nos encontramos lejos. No obstante, aunque se sostiene que “mal de todos es consuelo de tontos”, convengamos en que al menos no somos la excepción en el concierto internacional cuando se afirma que la inequidad de género todavía es una triste realidad en el mundo, al igual que otras desigualdades que golpean las espaldas del pueblo.
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