[Manfredo Kempff]

El arte del disimulo


El Diccionario de la Lengua Española tiene muchas acepciones sobre el disimulo, pero lo que no sabíamos es que lo cataloga en calidad de arte, que según el mismo diccionario es una “virtud, disposición y habilidad para hacer algo”. Pues bien, el disimulo es innato en cierto tipo de personas -las más astutas- y entre quienes dominan este arte, están, principalmente, los políticos, cuando no son unos burros rematados.

Dice el diccionario de la Real Academia Española, que disimular es “encubrir con astucia la intención”; “desentenderse del conocimiento de algo”; “ocultar, encubrir algo que se siente y padece”; “tolerar, disculpar un desorden, afectando ignorarlo no dándole importancia”; “disfrazar u ocultar algo, para que parezca distinto de lo que es”. Si observamos detenidamente las cinco acepciones de lo que es disimular, chocamos de narices con la burla de la que podemos ser objeto los bolivianos en los próximos años -ya lo estamos siendo- y eso no lo podemos admitir pasivamente, sin siquiera el derecho al pataleo, a la denuncia, como unos imbéciles.

¿Qué político no estaría incluido en las cinco acepciones sobre el disimulo que define la RAE? A lo largo de nuestra vida hemos escuchado, hasta el hartazgo, a casi todos los políticos con la misma monserga, en sentido de que serán candidatos a la presidencia, a la jefatura del partido, a una senaduría, a una diputación, a una alcaldía, a cualquier cargo electivo, si el pueblo así lo decide. Están desesperados por candidatear pero disimulan su ambición. Esa es una de las falsedades más frecuentes y más grandes que existen, porque el pueblo queda con la ingenua impresión de que estos solapados candidatos no son simuladores, sino que esperan y respetan lealmente el deseo de su comunidad para aceptar algún cargo.

Por ejemplo, a S.E. se le ha preguntado en más de una oportunidad si va a ser candidato a la reelección a la presidencia del flamante Estado Plurinacional y él ha respondido que eso depende de la voluntad popular; no se brinda ni se excusa; es decir que si el pueblo (¿dónde está el pueblo?) se lo pide, si le ruega, si cree que es indispensable su sabiduría para profundizar el cambio (¡Dios nos libre!), aceptará la postulación. Todos sabemos en Bolivia de que eso es un disimulo, una mentira gorda, cuando bajo la mesa ya se están repartiendo los naipes truchos desde hace mucho tiempo.

Lo que no dice S.E. es que la Constitución, su Constitución, esa Ley de Leyes labrada a machete, y aprobada entre pólvora y muertos, habla de reelección, no de re-reelección. Pero eso no importa a S.E., porque al parecer también se la puede disimular o torcer con la amplia mayoría parlamentaria de la que goza el MAS, su partido. Ignorando disposiciones transitorias y demás vainas constitucionales S.E. afirma que si el pueblo quiere él se presentaría para un segundo período, cuando está más claro que el agua que su propósito es presentarse a un tercer mandato consecutivo.

Aquello, además, no es garantía de nada, porque si se diera el caso de que el Movimiento Al Socialismo mantuviera una mayoría parlamentaria considerable, se modificaría de un papirote el artículo 168 de la Carta Magna dentro de un tiempo, se ampliaría la permanencia sucesiva en el poder de una sola persona, y todos (los masistas) contentos.

Con el arte del disimulo estamos en que quiero, no quiero, tal vez quiera, qué dirán los hermanos y las hermanas, cuando por otro lado se está pisando el acelerador a fondo montando una propaganda monumental y costosísima para la re-reelección. Y este no es un asunto menor para tomarlo a broma, porque el Estado Plurinacional de Bolivia ya se ha encaminado a convertirse en un Estado prorroguista. Tres gestiones de gobierno seguidas, como se ha decidido (si el pueblo lo quiere), rompe con las tradiciones democráticas aceptadas universalmente y la nación se “venezolaniza”.

Sin embargo, el arte del disimulo no debe detenerse hasta el final, el show debe continuar hasta que el potencial candidato sea, dizque, convencido por las masas a aceptar. Mientras tanto los hermanos y las hermanas no digan la última palabra, mientras no le exijan a S.E., con lágrimas y mocos, que siga mandando, el candidato debe continuar sonriendo, debe seguir mostrando las encías y moviendo la cabeza cándidamente, agradecido, cada vez que le pregunten si volverá a terciar nuevamente para la presidencia.

Hasta que llegue la hora del sinceramiento, mucha agua correrá bajo los puentes, y correrán muchos cientos de millones que las arcas fiscales deberán desembolsar puntualmente para mantener en el mejor nivel posible la imagen del único candidato que está en plena carrera, que, mejor dicho, no ha dejado ni un segundo de pensar en su tercer período, aunque manifieste que todavía espera lo que digan las hermanas y los hermanos.

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