I

Gravitación de la revolución de la esperanza

Mariano Sierra

Vivimos la crisis de valores, crisis en los hogares, crisis ecológicas, crisis morales, crisis de convicciones y creencias, crisis de fe, crisis económicas, crisis sociales y políticas, crisis de la humanidad, crisis de gobernabilidad, de responsabilidad, de trabajo, de compromisos. Crisis en todos los órdenes sociales Y de todas estas crisis se desprenden un sinnúmero de tentáculos como crisis de justicia y de los derechos protectores de la vida, crisis de gobiernos, Pero a este caos le sobrevienen otros grandes fenómenos causados por las estructuras sociales, organismos asociados a los grandes entes del estado, la sociedad y los poderosos y sus sistemas elitistas que hoy dominan el mundo.

Las estructuras sociales, desde una óptica religiosa, hacen desenmascarar el llamado pecado estructural, donde se encapsula una serie de hechos que atentan contra el hombre. Esto nos conduce a señalar que el mal nunca es meramente personal, pues donde el hombre vive, actúa, allí se inserta en instituciones como la familia, la iglesia, el trabajo, las asociaciones, el estado, las agremiaciones, entre muchas otras. En este devenir se presenta un asunto puntual o sustancial que consiste en que en cualquier sociedad hay una red de intereses personales que no armonizan una convivencia sana. Digamos, entonces, que la relación del hombre se lleva a cabo por el conjunto de mediciones llamadas estructuras y allí se implanta el mal, pues es el hombre quien dirige estas estructuras sociales focalizadas en las ciudades.

Al unísono, la crisis gestionada desde una ideología neoliberal y una desordenada o inexistente convicción de fe hace crecer sangrantemente las desigualdades entre los de arriba y los de abajo, deteriorando los derechos como a la salud, a las pensiones, a la asistencia social, a la educación, a la vivienda, a las comunicaciones, y a una justicia transparente. La historia y sus doctrinas han dejado una herencia a la cual debemos acudir para extraer de allí lo positivo y aplicarlo a la vida. La indignación es el alzar de voces y actos para dejar conocer lo que afecta al hombre. La indignación es un resistirnos a los discursos programáticos y a las promesas sociales y políticas disque para aliviar a los de escasos recursos, pero lo que fluye con ardor son esas estructuras maquiavélicas detonantes contra la unidad humana.

Es el amor quien abre caminos de esperanza. Son los sufridos del mundo los que pueden hacer el cambio de la historia. En el cambio se ha de analizar la historia de tantos amigos de la paz que con su ejemplo dan luces de experiencia. Las crisis invitan a no quedarnos quietos, sino a comprometernos como tantos otros que contribuyeron a la construcción de un mundo más humano. La misión es una preocupación permanente por todos los indefensos y los explotados y todos los excluidos por organizaciones sociales, por partidos políticos, por religiones, por la sociedad. Desde el campo de la fe, podemos decir que el gran pecado del hombre es no saber amar y esto es lo que más pregona el clericalismo.

Al final de los tiempos y durante el diario vivir lo único que nos marca sentido de vida es cómo hemos servido a los demás. No será la religión ni la fe que hemos confesado. Ni las creencias o convicciones. Lo esencial es la práctica del servicio y la solidaridad con los desprotegidos sociales. Mientras la fe desune, la práctica del correcto vivir con ética y moral, une.

Encerrarnos en el confort, el buen vivir o el bienestar cuando se ignora al prójimo abandonado o azotado por los traficantes de la indiferencia humana no es lo lícito. La tragedia de los demás ha de servirnos para mirarnos internamente. De qué sirve profesar una fe o seguir un credo religioso o una organización política o social haciendo alarde de prácticas de ritos sacramentales, sociales y expresiones humanas, si vivimos alejados de la historia de los condenados de la tierra incursos en la memoria histórica que de hito en hito ha captado el devenir del hombre.

Hemos venido de un proceso histórico colonial, de un feudalismo, de un esclavismo hasta el imperio del capitalismo y en cada periodo cada estamento de la sociedad ha marcado su sello nefasto y devastador. Conocer cada período social nos ubica en el verdadero papel que debemos llevar a cabo.

Pero la realidad viene despejando esos agujeros negros del pasado y hoy el hombre tiene un pensamiento y una mirada distinta.

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