Mujeres célebres

Ana Bolena

Fascinadora, llena de juventud, capaz de inspirar un amor frenético, Ana Bolena supo atrapar bajo sus encantos a un rey, de quien se podía esperar todo, incluso la muerte. . .


Ana Bolena, reina de Inglaterra (1507 - 1536), segunda mujer de Enrique VIII. Galería Nacional de Retratos de Londres.

A mediados del año 1526, Ana Bolena, una muchacha risueña, encantadora, llena de sueños, llegaba al palacio real de Inglaterra, donde reinaba el temido Enrique VIII, por entonces casado con Catalina de Aragón en junio de 1509, fruto de esta unión nacieron cinco hijos, pero solo uno vivió para alcanzar la mayoría de edad, María Tudor, nacida en febrero de 1516. El rey andaba preocupado por tener un hijo varón heredero de su trono a fin de conservar la monarquía y evitar la guerra civil.

El tiempo transcurría y el matrimonio real se mantenía en una situación bastante estable, hasta que el rey se prendó de Ana. Al principio, la joven mujer negó sus favores sentimentales a Enrique VIII. Entre el verano de 1527 y octubre de 1528, el rey le escribió a Ana varias cartas, rebosantes de románticas promesas de amor. Llama a Ana la mujer que vale más en el mundo. Poco a poco Enrique fue ganado terreno, entonces encomendó al cardenal Thomas Wolsey gestionara en Roma, ante el Papa Clemente VII, la nulidad del matrimonio con Catalina, su primera esposa, para poder casarse con Ana.

¿Quien era Ana Bolena? Según sus biógrafos, Ana había nacido en 1501 y según otros en 1507, en Norfolk o Kent, Londres. Era la tercera hija (María, Jorge y Ana) del matrimonio formado por Tomás Boleyn y Elizabeth Howard, poseedores de un gran palacio en Londres y varios castillos repartidos por diferentes condados, por tanto, consideradas como una de las familias más respetables de la aristocracia inglesa.

Por ese entonces, entre cortinas y los vericuetos palaciegos, María, la hermana mayor de Ana, también había llegado a ser la amante del rey Enrique VIII.

Ana recibió una esmerada educación en los Países Bajos, aprendió francés en Francia y adquirió un conocimiento detallado de la cultura francesa y protocolo. Cuando Ana llegó al palacio real ya poseía un carisma y un don de atracción perma-nente, era la mujer central y la más importante de la corte.

El tiempo transcurría, y en 1522, empezó a cortejarla Henry Percy, hijo del poderoso duque de Northumberland, romance que no prosperó y se disolvió un año después.

En tanto el rey se sentía más atraído por los encantos y la influencia que ejercía Ana en el entorno palaciego. Ella continuaba resistiendo los intentos de seducción del rey diciendo: “suplico su alteza muy seria-mente que desista, que prefiero perder la vida que la honestidad”, al final, ante tanta insistencia y una propuesta de matrimonio, ella aceptó. Sin embargo, decidió no acos-tarse con él antes de casarse, puesto que la relación prematrimonial significaba que si tenían un hijo, éste sería ilegítimo. Se afirma también que sólo fue un capricho de Enrique VIII porque veía en ella la única salida para anular su matrimonio con la reina Catalina, porque ésta no le había dado un heredero.

En 1528 ya era de conocimiento público que el rey tenía la intención de casarse con Ana y se apresuraron los preparativos. El Papa Clemente VII envió al cardenal Lorenzo Campeggio a Inglaterra para que, junto con Wolsey, vieran la causa del rey. El proceso se inició en Blackfriarse el 18 de junio de 1529. Entre otros motivos el monarca esgrimía que Catalina había sido es-posa de su hermano Arturo, prematuramente fallecido, y que ambos habían cohabitado, que según las leyes eclesiásticas bastaba para anular el matrimonio. Pero el Papa no lo entendió así, primero, no quería enemistarse con el emperador Carlos V, sobrino de la reina inglesa, se mantuvo firme y confirmó el enlace entre Enrique y Catalina.

Iracundo por la negativa, el monarca inglés rompió relaciones con la Santa Se-de y creó la Iglesia Anglicana, iniciando una rivalidad sin precedentes entre ambas religiones que daría origen a guerras, persecuciones y magnicidios. El cardenal Wolsey sufrió las consecuencias, fue des-pedido de su cargo público en 1592, acu-sado de traición. Caído en desgracia el cardenal seguía influyendo para que el Papa siguiera prohibiendo el matrimonio con Ana, el proceso no debía prosperar con la anulación del matrimonio, exhortan-do al rey a desistir so pena de excomunión, a dejar a su amante para volver al lado de su esposa abandonada. Entonces Enrique, furioso mandó el arresto de Wolsey y de no haber sido su muerte a causa de una disentería galopante en 1530, podría haber sido ejecutado.

Ante esta situación adversa a sus pre-tensiones el rey decidió que la única solución a su problema personal era romper con Roma, autonombrarse cabeza de la Iglesia, “como buen católico” y promulgó en 1533 su propia sentencia de divorcio.

Durante este período, Bolena desempeñó un gran papel en el escena internacional de Inglaterra, estableciendo una excelente rela-ción con Francia, con su ayuda se preparó una conferencia internacional en Calais en 1532, en la cual Enrique esperaba ganar apoyo de Francisco de Francia para su nue-vo matrimonio.

La pareja a punto de perder la paciencia celebró una ceremonia matrimonial en se-creto. El 25 de enero de 1533 Enrique logra su propósito, se casa con Ana Bolena, en la abadía de Westminster, porque ya estaba embarazada. Por fin, la joven mujer era le-galmente la esposa de Enrique VIII y reina de Inglaterra. Catalina fue formalmente des-pojada de su título como reina para la coro-nación de Ana que ocurrió el 1 de junio de 1533. Londres ardía en festejos.

Con el tiempo, Ana se asentó en una rutina tranquila y prepararse para el nacimiento de su hijo. Pero, el rey no había olvidado sus costumbres de consumado galán y conquis-tador. En agosto de 1533 Enrique había galanteado a otra mujer, despertando la ira y los celos de Ana, quien reprochó esta acti-tud, pero el rey en esta ocasión respondió agriamente: “debiera cerrar los ojos y so-portar, como habían hecho otras mejores que ella”.

Se presentaba la inquietante incógnita de su maternidad, pues hasta que alumbrara un hijo varón no podía sentirse segura en el trono, más cuando el rey, calmado su aloca-do pasión por Ana, había vuelto a caer en la obsesión por su descendencia. Estaba segu-ro de que Ana le daría un hijo varón; pero el 7 de septiembre, en Greenwich, la reina dio a luz una niña. Aunque Enrique estuvo con-tento, en el fondo estaba desilusionado, esperaba un heredero. No obstante ordenó un suntuoso festejo para el bautizo, la niña llegaría a ser Isabel I, con el tiempo, la más grande de las reinas de Inglaterra.

Pasado el momento, Enrique fue dándose a la idea de librarse de ella, y de aquí tuvo una nueva fuga amorosa, esta vez persi-guiendo a Jane Seymour, una dama de la corte.

Ana seguía obsesionada en darle un hijo varón, y hay estimaciones de que ella tuviera no menos de tres embarazos, todos ellos ter-minados en abortos espontáneos. En enero de 1536, Catalina de Aragón, la primera es-posa de Enrique, murió de cáncer, y durante el entierro, 29 de enero de ese año, Ana su-frió uno aborto, esta pérdida personal fue el principio del fin del matrimonio real. Enrique en tono amargo declaraba que su matrimo-nio había sido maldecido por Dios.

El cardenal Thomas Cromwell, que se había constituido en el brazo derecho de Enrique y que no sentía ninguna simpatía por Ana decidió poner fin a esta relación.

La hizo espiar y en los últimos días de abril, un músico flamenco al servicio de Ana llamado Mark Smeaton fue detenido y tortu-rado por el cardenal. Al principio negó que él fuera el amante de la reina, pero bajo los tormentos confesó, también proporcionó el nombre de otros cortesanos: sir Henry No-rris, Francis Weston y William Brereton, y el acusado final era el propio hermano de la reina Ana, detenido bajo acusación de inces-to y traición, acusado de mantener relacio-nes sexuales con su hermana durante el último año.

No tardó Cromwell en musitar la noticia al oído de Enrique, quien estalló en ira, excla-mando: “¡Perra!”, mientras apretaba los pu-ños. El 2 de mayo de 1536 Ana fue detenida durante el almuerzo y enviada a la Torre de Londres, donde exigió saber los cargos que se presentaron contra ella y las acusaciones fueron: traición, adulterio e incesto.

Los supuestos amantes de la reina fueron ejecutados, luego, el 19 de mayo, un día co-mo hoy, pero en 1536, la más apasionada de las esposas de Enrique VIII subió al cadalso de la Torre de Londres, por entonces contaba con veintinueve años de edad. Después de decirle al verdugo: “No te daré mucho trabajo, tengo el cuello muy fino”, su cabeza rodó bajo el filo de una espada que el verdugo asestó certeramente.

La ejecución causó conmoción en el extranjero, pero fue bien acogida en Inglate-rra, donde la gente desde hacía tiempo veía con resentimiento la arrogancia y las excen-tricidades de la reina.

Se cuenta que en el momento de la ejecución de Ana, Enrique se hallaba en una cace-ría. El 30 de mayo se casaron el rey y Jane Seymour y un mes después Jane fue procla-mada reina de Inglaterra, y bueno, eso ya es otra historia...

Carlos Valdivia

 
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