El noble gesto del Gran Mariscal de Ayacucho

Del libro de Nicanor Mallo TRADICIONES BOLIVIANAS

Era en 1827 y el Gran Mariscal se hallaba en la ciudad de Oruro, atendiendo las urgencias de la administración y los asuntos relacionados con la organización de la República.

En esos ajetreos se descubrió que el capitán suizo, Eclés, con otros desalmados más, habían sido comisionados por el general español Antonio Olañeta, para ejecutar un plan siniestro, asesinar a Sucre y a varios jefes del ejército independiente.

La forma cómo se debía eliminar al Mariscal era la infame y villana práctica de darle una pasta compuesta de opio y arsénico, disuelta en chocolate, de manera que el efecto del tósigo fuese fulminante, ofreciéndo al asesino, como premio, la suma de 16.000 pesos.

Declarado por Eclés todo el plan del horrible crimen que se iba a cometer, el Mariscal en un gesto humanitario lo perdonó y aún le obsequió algunos fondos para que saliera del país, a fin de evitarse ma-yores responsabilidades y, como es de suponer, el merecido castigo.

OH! qué corazón tan grandemente generoso y qué espíritu tan divinamente pu-ro! Con justa razón se le llamaba “el impecable”.

A raíz de tan nefasto hecho, dirigió des-de la Villa de Felipe de Austria, al general Olañeta, la siguiente carta que decía: “Al llegar a esta Villa me he encontrado con una novedad. El capitán suizo Eclés ha presentado cuatro cartas de U.S. para don Francisco Ostria, don Miguel Cevallos, don Manuel Arguedas y don Hipólito Maldona-do, todas escritas de letra de U.S. y rubricadas de su mano; ellas contienen instrucciones para que estos sujetos den a Eclés cierta cantidad de dinero, para una comi-sión importante que debía ejecutar en su momento.

“Eclés ha declarado que la comisión era para asesinarme y para matar al general Lanza, y ha presentado el veneno que U.S. le dio para el efecto, que es una composición de opio y arsénico; añadiendo que otro agente de U.S. y que anda por Cochabamba, tiene la misma comisión, con el premio de 16.000 pesos al que lo ejecute.

Apenas puedo persuadirme de que un hombre como U.S., que se jacta de estar dotado de principios morales y religiosos, pueda pensar en un atentado tan horrible, que no está contado ni entre los horrores practicados por los españoles en la revolución de América. Tal crimen no cabe sino en un corazón corrompido y malvado, y hablando sinceramente, no había creído a U.S. capaz de él.

Dudando entre la verdad de Eclés, que resultará en la causa, y la perfidia que ha caracterizado a nuestros enemigos, he pensado de mi deber es poner en cono-cimiento de U.S. que he pasado una orden estricta y terminante para que en cualquier parte que sea asesinado o envenenado un oficial del ejército libertador, se aprehen-dan y sean fusilados de inmediato cuantos españoles europeos existan en el país, que no tengan pruebas incontestables de su decisión por la independencia.

Después de haber dado testimonio de una clemencia sin límites hacia los enemigos, hacia los bárbaros que han devastado nuestro país, es una obligación que nos impone la justicia misma, mostrar y ejercer con los ingratos tanta severidad cuantas han sido nuestras bondades hacia ellos. Dios guarde a U.S. – A. J. de SUCRE”.

En esta misiva se manifiesta, al mismo tiempo, que una alta lección de merecido reproche a la conducta desleal del pérfido y felón Olañeta, una enérgica prevención contra los que no se sometan al nuevo régimen de la independencia, que tantas vidas y tanto esfuerzo y sufrimiento había costado.

Los datos de este bello y sugestivo pasaje están tomados de la obra “Vida del Gran Mariscal de Ayacucho”, por el doctor Laureano Villanueva. Caracas, 1895.

 
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