[H. C. F. Mansilla]

El potencial conservador bajo el manto revolucionario en Bolivia


Por las vueltas que da la vida me dediqué en los últimos tiempos a leer la producción literaria del indianismo, las teorías de la descolonización -que ahora son tan populares- y los documentos oficiales de la Asamblea Constituyente boliviana (2006-2008), especialmente los que salieron de la llamada Comisión Visión País. Mi impresión general es la siguiente. Se ha formado un imaginario colectivo de la nación boliviana, el cual ahora está fuertemente influido por los enfoques indianistas y descolonizadores. Este imaginario colectivo se basa a menudo en una especie de sentido común que comparten amplios sectores sociales en el país. Los elementos centrales de ese sentido común nos dan a conocer los anhelos postergados de una buena parte de la población, y por ello poseen una gran legitimidad. Pero a menudo este sentido común abarca también los prejuicios irracionales, las animadversiones profundas y los resentimientos de vieja data que alimentan dilatados grupos sociales. El sentido común engloba asimismo algunos postulados enteramente comprensibles, como alcanzar el nivel de vida de las naciones altamente desarrolladas e imitar sus modelos de consumo y ocio. Pero estos postulados no han nacido de las entrañas endógenas de las culturas aborígenes, sino representan la poderosa incursión de valores normativos de la globalización capitalista occidental.

El resultado es y será probablemente una civilización sincretista, como ha sido la experiencia reiterativa de la historia universal y específicamente la del Nuevo Mundo. Esta cultura que combina aspectos de proveniencia muy diversa predomina hoy en día en el ámbito urbano boliviano, que ya es mayoritario en el país. Con alguna probabilidad se puede afirmar que la ideología oficial, las doctrinas del indianismo y de la descolonización y los esfuerzos similares por construir una identidad popular diferente (de la que prevalecía hasta 2005) no podrán sustraerse de la enorme influencia normativa que irradia la cultura globalizadora occidental.

Para ilustrar esta problemática podemos enfatizar, sin riesgo de una grosera equivocación, la relevancia práctico-política de la modernidad entre los sectores poblacionales a los cuales están dirigidos los enfoques del indianismo y la descolonización. Esos sectores tienen como meta normativa, a menudo de forma espontánea, una modernidad económica y tecnológica, que en estos momentos parece irresistible. Las capas juveniles urbanas de origen indígena han adoptado los valores centrales de orientación de proveniencia moderna-occidental, sobre todo en los terrenos de la elección profesional-vocacional, el nivel de consumo masivo y el campo de la diversión y el ocio. Es improbable que estos estratos juveniles quieran renunciar a la libertad erótica, al uso de aparatos electrónicos y al disfrute de modas que proceden del modelo civilizatorio globalizado. Como este imaginario colectivo está expuesto a la influencia de tendencias indianistas -que inciden en un tema vital: la identidad colectiva-, la constelación resultante es, al mismo tiempo, conflictiva, tensa y proclive a variadas interpretaciones.

Toda esta problemática ha sido formulada en muy distintas variantes y terminologías en los últimos cien años, por lo menos desde los escritos pioneros de Franz Tamayo (1879-1956) y Fausto Reinaga (1906-1994), los dos pensadores clásicos bolivianos que generaron un notable potencial conservador bajo un manto revolucionario muy marcado. La perspectiva de ambos escritores tiene como trasfondo la teoría que hoy se conoce bajo el rubro poco claro de colonialismo interno. Desde un comienzo esta corriente ha estado vinculada a doctrinas vitalistas y teluristas, que ahora han adoptado características deconstructivistas y relativistas, como lo prescriben las modas intelectuales del día.

Además: el análisis de estos autores nos pone sobre la pista de las limitaciones cognoscitivas de estos enfoques y sobre un fenómeno muy importante: la combinación de temas de la resistencia indígena con la importación y adopción de la cultura occidental. Estos escritos constituyen una especie de alegato contra la modernidad occidental por ser esta última la manifestación de algo insoportablemente complejo e insolidario, pero, al mismo tiempo, estas doctrinas se inclinan por la introducción de la modernidad en los terrenos de la economía y la tecnología.

En esta problemática hallamos un problema que podemos llamar clásico: la brecha entre retórica y realidad, entre el discurso intelectual y político, de una parte, y la esfera de la praxis cotidiana, por otra. Este tema, que siempre interesó a la filosofía y a las ciencias sociales, nos da luces en torno a las tensiones entre el campo de las ideologías, las esperanzas y las visiones del futuro -como las contenidas en las teorías de la descolonización y afines-, por un lado, y el accionar diario de los habitantes del país, por otro. Las mismas personas que pueden sentirse inspiradas (y tranquilizadas) por estas concepciones, utilizan la tecnología occidental y se rigen por las pautas consumistas más habituales de la civilización que dicen detestar.

Los regímenes populistas y socialistas, que celebran los indianistas y descolonizadores como modelos de evolución histórica, se han servido y se sirven de ideologías muy expandidas acerca de la igualdad fundamental de todos los ciudadanos, pero en la prosaica realidad cotidiana han construido estructuras sociales piramidales que culminan en una élite muy privilegiada. El igualitarismo se revela como un artificio de propaganda para tranquilizar a las masas de la población y para confundir a los intelectuales; lo último es lo más fácil de conseguir.

Persiste un dilema fundamental. El imaginario colectivo del indianismo, reacio al espíritu crítico y a ponerse él mismo en cuestionamiento, fomenta al mismo tiempo la tecnofilia y el infantilismo político: el respeto a la Madre Tierra permanece en el campo de la retórica y la actividad pública se limita a obedecer las consignas que vienen de arriba. La historia se repite, sólo que ahora con estribillos revolucionarios.

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