[Manfredo Kempff]

“Siringa”: historia de una epopeya


Avergüenza a cierta edad avanzada reconocer que a uno le falta leer tanto, no sólo de la literatura universal, lo que resulta comprensible, sino sobre las más importantes obras nacionales, que, en verdad, no tiene justificación. A mí que no soy un lector empedernido como tantos de mis amigos cultos, me ha sorprendido gratísimamente leer “Siringa”, de Juan Coimbra, un libro que lo tenía en los estantes de mi pequeña biblioteca, que lo miraba de paso cada vez, y que cuando me animé y abrí su primera página no pude detenerme hasta el final.

La historia -o las “memorias de un colonizador del Beni” como dice el subtítulo del libro- imagino que fue escrita en el primer tercio del siglo pasado y publicada alrededor de los años 40. Supongo por el argumento del relato, pero también por el prólogo que hace al libro, el 1942, don Fabián Vaca Chávez. Si Juan Coimbra nació en Santa Cruz en 1878 y si falleció en Cachuela Esperanza a los 64 años, no hay por dónde perderse.

Pues bien, si este extraordinario pionero, infatigable caminante y tripulante de batelones en las traicioneras cachuelas (“las olas se alzaban contra nosotros como manada de tigres, de las cuáles nos defendíamos a tajos de remos, como si fueran cuchillos…), pasó su vida en el Beni y fue sepultado allí, no cabe duda que habría que señalarlo entre los más grandes benianos. Como Coimbra, fueron miles los cruceños que marcharon hacia los ríos y los montes del norte. Muchos de los llamados “enganchados” murieron creyendo encontrar fortuna, pero otros, sin hallarla, se enamoraron del trópico hostil y fascinante para no regresar más. Ahí quedó la mejor parte de la savia cruceña, convertida en mujeres bravas, “con una imponente mocedad por los ejercicios del tacú”.

Llegar hasta las cachuelas del Beni o del Madera, ir hasta la zona cauchera, requería de mucho valor; regresar remontando los rápidos, remando contra la corriente, era cosa de hombres bragados. Juan Coimbra fue un valiente que sobrevivió a innumerables peligros, que se ganó la vida arriesgándola cada día, pero, que, además de un verdadero colonizador fue un destacado periodista (dirigió varios periódicos) y para sorpresa de mi ignorancia, un formidable escritor. “Gloria de nuestra literatura”, dice de él don Porfirio Díaz Machicao. En su prólogo, Vaca Chávez no ahorra elogios sobre la obra literaria y periodística de Coimbra, expresando que narra lo que vio y vivió.

El hecho es que, sin duda, “Siringa” se convierte en una emocionante novela que al lector lo hace viajar por los ranchos más pobres que luchan por sobrevivir, pasando por pueblos amables, que ya ofrecen algo más que padecimientos al viajero, como eran Cachuela Esperanza, Riberalta o Villa Bella. Es muy difícil entender cómo los cruceños que se fueron en busca del látex pudieron llegar a su destino. Y es fácil comprender también por qué tantos dejaron sus osamentas a los suchas o las palometas.

Si para los cambas era un sacrifico enorme superar los peligros y el clima de esos parajes, cuán complicado sería para los paceños que se aventuraron también a llegar nada menos que hasta el Acre. Coimbra cita nombres de varios collas ilustres que llegaron hasta los confines de los gomales haciendo patria. Se refiere a los que bajaron del altiplano y llegaron famélicos, con alucinaciones que les provocaban la selva y las alimañas, para combatir contra los seguidores de Plácido de Castro, que mutilaron nuestro territorio.

D´Orbigny fue un extraordinario naturalista dueño de enorme fortaleza, andariego incansable durante más de tres años por la naciente Bolivia, humanista de brillante prosa, dibujante y pintor. Un hombre superior. Su “Viaje a la América Meridional” es un trabajo formidable. Al leer “Siringa”, me he imaginado a Juan Coimbra, caminante, escritor de vasta cultura, bohemio y guitarrero, como el boliviano que completó empíricamente lo que el francés, por falta de tiempo, no pudo concluir en Moxos setenta años antes.

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