[Manfredo Kempff]

¿Mandar o gobernar?


Se manda en Bolivia y de eso no cabe la menor duda. ¿Pero quién gobierna en este país? Esto es algo que nos hemos preguntado a menudo en la prensa sin ningún ánimo de molestar. Porque una cosa es mandar y otra, con matices distintos, gobernar. Para gobernar hay que hacerse obedecer, nos pueden decir. Es absolutamente cierto. Nada hay más triste que el poder sin mando. Lo que sucede es que S.E. manda indistintamente desde Chimoré, San Matías o Yacuiba, pero para gobernar hay que estar en un sitio, en un lugar que no puede ser otro que la sede del Gobierno, el Palacio, donde acuden los ministros, los viceministros, los técnicos, donde funciona la administración pública.

Se puede mandar desde un avión en pleno vuelo a cientos o miles de kilómetros de distancia dando instrucciones por teléfono, o desde un helicóptero, o por último hasta desde la cama, si más apura. Pero mandar es imponer, ordenar, disponer, y eso lo puede hacer un general con la tropa, un capataz con sus peones, o un tirano, por supuesto. Como no estamos tratando ninguna de esas situaciones debemos entender que para gobernar hay que tener mando pero destinado a dirigir el Estado, a regir con tino, a componer entuertos, a guiar sabiamente a los súbditos.

No se trata de que S.E. deba quedarse anclado en el Palacio de Gobierno, de ninguna manera. Todos los mandatarios recorren su país y viajan al exterior porque es parte de la política moderna. Pero cuando un presidente viaja todos los días quiere decir que algo anda mal. Y si un mandatario viaja a dos, tres, o cuatro lugares al día, entonces la cosa ya no está mal sino grave. Significa que ese presidente le tiene aversión a su oficio de estadista para lo que ha sido elegido y que disfruta viajando, ausentándose, es decir alejándose de los temas de la administración, de los problemas del Estado. Raya con lo irresponsable.

Para nadie es un secreto de que en siglo antepasado decían que el Gobierno estaba “a lomo de bestia”. Es decir que el presidente gobernaba desde las serranías, la puna o los valles; desde donde estaba su caballo, su carruaje, la comitiva que lo acompañaba. Por aquellos tiempos el presidente vivía sofocando revueltas y revoluciones, entre La Paz, Sucre y Cochabamba, principalmente. Se ahogaba un alzamiento en un lugar y había que cabalgar días para volver precipitadamente sobre los pasos y recuperar la plaza que ya se había perdido también. En ese triángulo geográfico se forjaba la vida nacional. Era natural que de tal modo, con el permanente acoso de los adversarios, ningún mandatario pudiera quedarse en el Palacio de Sucre o La Paz. En esas condiciones la administración de la república tenía que ser deplorable.

Durante el Siglo XX, a medida que avanzaron las comunicaciones, los presidentes viajaron con mayor frecuencia. Pero se trataba de viajes semanales. El caso del general Barrientos fue muy especial porque abandonaba el Palacio con inusual frecuencia y aparecía, sin hacerse anunciar, en el campo, para hablar en quechua fluidamente y abrazarse con multitudes indígenas que lo vitoreaban. Si S.E. tiene algún parecido con un antecesor ese es el general Barrientos. Una similitud desde el punto de vista de la gazuza política y el placer de viajar que no lo deja tranquilo en La Paz.

A S.E. le han contabilizado miles de horas de vuelo, cientos de miles de kilómetros recorridos, centenares de viajes al exterior. Todo eso, además de costoso, significa mucho tiempo fuera de su despacho, horas y días que no se sienta en la silla por la que tanto lucha, tanto ama, y tanto abandona. Hace unos años un mandatario podía desplazarse por todo el territorio nacional pero para salir de Bolivia requería de un permiso del Congreso que no era fácil de obtener. Además, al retornar del extranjero, el canciller debía informar sobre los resultados obtenidos por el jefe de Estado durante el viaje. Sólo para que el presidente recibiera los viáticos correspondientes y para aprobar la comitiva solían producirse verdaderas batallas campales entre parlamentarios. Y eso que había que viajar en líneas comerciales si se quería volar más de tres horas sin escalas. Ahora nadie sabe cuánto gasta S.E. Hoy nos enteramos por la Tv o por periódicos que S.E. está en Caracas, La Habana, Brasilia, Teherán o Pekín. Rara vez se informa el motivo del viaje.

A tal extremo S.E. es atrabiliario en sus desplazamientos fuera de La Paz que en vez de llevar en el avión presidencial a sus ministros lleva futbolistas. Eso muestra la dimensión de lo que sucede. S.E. viaja con su equipo de fútbol porque le encanta patear pelota y mostrarse en gran estado físico. Para colmo los partidos en que participa los pasan en directo por la televisión del estado. Es muy bueno que un mandatario se mantenga en forma, pero que no juegue fútbol diariamente y a tan alto costo. Eso es un exceso y no condice con las responsabilidades de un gobernante.

Llegamos a la conclusión de que a S.E. lo que le gusta es la presidencia para mandar, no para gobernar. Nada hay más fácil que ser presidente si se va a viajar de un lugar a otro desde el alba hasta el anochecer y eso se va a exhibir como si se tratara de un trabajo agotador, mientras son otros los que se dan cabeza con cabeza para mantener a flote a trompicones la nave del Estado.

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