El visitante

Insatisfacción por el transporte colectivo

V. Eduardo Brinckhaus Roldan

Desde la última vez que estuve en La Paz, varias cosas habían cambiado en la ciudad para su propio bien y el provecho de la ciudadanía, especialmente en el aspecto del transporte colectivo. Me impresionó bastante la construcción de los tres puentes llamados “Trillizos”, que vinculan zonas importantes del centro-sur, facilitando enormemente el desplazamiento de vehículos y personas. Otro aspecto interesante y que despierta tremenda expectativa y curiosidad es el de las líneas del Teleférico que abrevian la vinculación entre sus diferentes estaciones, haciendo el viaje no solamente corto, en términos de tiempo, sino también placentero y atrayente por el espectáculo que se filtra a través de las amplias ventanas de sus góndolas, atendidas en cada estación por personal entrenado y con la tarifa económica. Este servicio es algo digno de una ciudad ya altamente poblada y con grandes necesidades de desplazamiento ciudadano.

Pero a propósito del tema del transporte, un aspecto que considero importante y que deseo tocar en estas columnas es el de los autobuses “PumaKatari”, sus contrastantes llamados “minibuses” y los “microbuses” de La Paz.

Los buses PumaKatari están bien para una ciudad grande como Montreal, ciudad donde actualmente habito, cuyas calles, bulevares y avenidas son bastante amplias, en su mayoría rectilíneas y sin grandes subidas ni bajadas, sus carriles claramente demarcados con base en líneas blancas y amarillas, señales de tránsito apropiadas y eficientes semáforos que son respetados con veneración tanto por conductores como por peatones. Los PumaKatari dan un servicio muy bueno, operado por personal bien entrenado, sin embargo, para una ciudad como La Paz, resultan ser demasiado grandes y sus puntos de destino apenas abarcan a ciertas zonas de la ciudad, siendo tal vez esta una razón para verlos rodar, a lo largo de sus rutas, muchas veces vacíos.

Los minibuses que, como su nombre lo indica, son carritos minúsculos y que abundan de manera abrumadora, abarrotando las angostas y contorneadas calles de la ciudad, son muy incómodos y normalmente resulta una tortura viajar en ellos. Bastantes personas se han golpeado malamente la cabeza en la parte superior de sus puertas al subir, otras partes del cuerpo también son golpeadas en los ángulos de sus asientos, más que todo cuando el chofer, que es muy mal formado y sin educación alguna, arranca el vehículo antes de que el pasajero se acomode convenientemente. Varios de estos minis están asistidos por un ayudante que anuncia con gritos estridentes sus diferentes destinos y que realiza la cobranza del importe, haciendo el viaje insoportable y odioso.

Y para terminar este desastre urbano, los conductores de estos ratones de hierro se baten en alocada carrera, compitiendo con sus congéneres para acaparar pasajeros, haciendo peligrar la vida de ocupantes y transeúntes, cuya integridad física está constantemente en peligro, ya que estos irresponsables del volante prácticamente tiran el vehículo sobre peatones que desesperadamente tratan de cruzar de una acera a otra, dando prioridad al bólido de metal que, amenazante, es lanzado sobre el transeúnte que ve pisoteada su dignidad humana, que se encuentra tristemente desamparada por toda autoridad de tránsito, por su casi total inexistencia para protegerla.

Enfocando así lo anterior, quiero expresar mi profundo desacuerdo por la existencia de ambas modalidades de transporte de pasajeros dentro de una ciudad ya bastante grande y compacta como ésta, aparte de la jerarquía que posee como capital sede de Gobierno. Lo ideal sería el implementar, a mayor escala, la existencia del microbús que, prácticamente, viene a ser la mitad de un PumaKatari. En otras palabras, por cada PumaKatari se podría incorporar dos microbuses. Estos vehículos que en la actualidad ya se los ve muy antiguos y cansaditos, sin embargo empujan asombrosamente bien, especialmente en vías empinadas como la avenida La Bandera o la calle Santa Cruz, a pesar de que la mayoría de ellos tiene sus motores de los años 1960 o 1980 y a muy pocos se les ha cambiado la caja de transmisión u otras piezas; de sus frenos pienso que son una maravilla, además son bastante cómodos y limpios y si no me equivoco, han sido construidos en nuestro país. Todos tienen asientos forrados y poseen barras asideras en las que el pasajero puede sostenerse con seguridad.

El costo de cada micro posiblemente raye por la mitad de un Puma, lo que significaría una ventaja económica para el Servicio de Transporte Municipal (Setram). Sus paradas a intervalos más cortos que los del Puma, digamos a cada dos o tres cuadras tendrían que ser respetadas por los usuarios para ser mejor servidos; en cada vehículo se evitaría el asistente y solo se tendría al conductor decentemente vestido y bien entrenado. Finalmente, los micros servirían a muchos más sectores de la ciudad que los Pumas; en cuanto a la disposición de éstos, juzgo que sería práctico enviarlos a Santa Cruz de la Sierra o a Trinidad, que son ciudades planas, lo que de paso daría a estas urbes la oportunidad de iniciarse en la nueva era con la superación del transporte colectivo.

El autor es ex empleado de la OACI en Montreal.

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