La deforestación urbana

Yuri Mirko Ríos Madariaga

Se acerca el “Día del Árbol” (1 de octubre). Es un día de reflexión. La causa: cada vez hay menos árboles, específicamente en la ciudad de La Paz. Surgen planes y normativas. Sin embargo, la coyuntura medioambiental pesa y es complicada como para resolverla con una varita mágica.

Es agosto y es pertinente hablar acerca de estos seres vivos tan maltratados, incomprendidos y en “peligro de extinción”, al menos en esta ciudad.

Imagino que el problema nace de la exigua educación medioambiental impartida desde primaria y también de la fría estampa altiplánica que contagia ese comportamiento de desapego. Muchos jóvenes y adultos de esta ínclita ciudad no se sienten identificados con ninguna de las diversas especies de árboles. No los ven como parte integral de un sistema de vida y de interacción consigo mismos (elementos cruciales). El árbol -para ellos- es un ente extraño que “desgraciadamente” obstaculiza el tráfico peatonal y vehicular, un “estorbo” al que hay que eliminar a toda costa para que cables o redes de electricidad no sean interferidos. No quieren entender que la naturaleza entera se funde y encuentra su máxima expresión en cada árbol, así como un pintor o un escultor plasma su obra de arte. Humedecen y refrescan la atmósfera, retienen el agua, previenen la erosión, nos dan sus frutos y su sombra. Personalmente jamás concebiría una metrópoli sin árboles, sin sus enormes beneficios ecológicos y estéticos.

Hace poco recorrí las calles de dos barrios residenciales y tradicionales de La Paz: Sopocachi y Miraflores (el antiguo valle de Poto Poto). Evidencié la existencia de árboles podados de manera criminal, ¿a machetazos?, sin duda, condenados a una muerte lenta pero segura. Esta escena de horror se complementaba con los numerosos árboles descortezados por los infames vándalos y también con los árboles ennegrecidos en su base por causa del aceite quemado de auto, ¿simple casualidad?, ¿obra de mentes maquiavélicas? Al fin y al cabo, ¿cuántos años tuvieron que transcurrir para que sus troncos engrosen diez o veinte centímetros? Lástima que muchos paceños no sean adeptos de los árboles. Y pensar que Miraflores fue planificada a inicios del siglo pasado para ser la Ciudad Jardín, donde la población iría a relajarse y a respirar aire puro. Hoy solo queda su recuerdo.

La Organización Mundial de la Salud recomienda un árbol por cada tres ciudadanos, pero aquí el contexto es otro, estamos a una distancia abismal de los estándares internacionales y pese a ello el exterminio continúa. Las campañas de forestación y reforestación lanzadas por el Ministerio de Medio Ambiente y Agua a nivel nacional, si bien son parcialmente rescatables, no están encaminadas a lograr que los arbolitos alcancen la madurez y autonomía necesarias. Se planta por plantar y en cualquier lugar, y lo que es peor, sin el posterior riego y cuidados que demanda la etapa de desarrollo. Lo mismo sucede cuando se los “emplea” en la mitigación de los impactos ambientales después de la ejecución de titánicos proyectos camineros y de infraestructura, al final quedan tristemente abandonados. Como una humilde sugerencia, si se trata de plantar árboles en regiones de altura, pues plantemos especies nativas como keñuas y kiswaras, aunque de crecimiento lento son idóneas para aliviar el déficit arbóreo urbano, además de representar la identidad andina.

El crecimiento de nuestra ciudad (como pocas) afecta negativamente la subsistencia de los árboles y de los últimos remanentes naturales dispersos en su corazón. Se antepone el asfalto y el concreto en nombre del “progreso”, y en detrimento de áreas verdes saludables y transformadoras de aire limpio. Vistas aéreas de Cochabamba y Santa Cruz revelan aspectos contundentes, son ciudades muy arboladas en contraste con La Paz, donde los tonos verduzcos se disipan entre miles de heterogéneas edificaciones.

La deforestación urbana avanza gradualmente. Emergió como un fantasma difícil de ahuyentar. Su camino devastador empezó en zonas alejadas, parques municipales (Mallasa) y bosquecillos (Pura Pura), ahora toma el Centro con sutileza. Es tiempo de detenerla.

En 1997, mediante Ordenanza Municipal, los árboles fueron declarados Patrimonio Natural del Municipio de La Paz. Recordemos que sin ellos no hay agua, no hay vida.

 
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