[H. C. F. Mansilla]

Reflexiones en el centenario de la Revolución de Octubre


La tesis principal que quiero exponer es la siguiente. La toma del poder por I. V. Stalin y la edificación de un régimen abiertamente totalitario en la Santa Rusia muy poco tiempo después de la Revolución de Octubre (1917) fueron posibles porque casi todos los dirigentes bolcheviques y hasta los grupos opositores a Lenin y Stalin dentro del partido comunista compartían un idéntico desprecio por el pluralismo democrático y el Estado de derecho. Todos ellos se habían formado en el seno de una cultura política autoritaria de vieja data, de la cual ellos no eran conscientes y menos críticos.

Lëv D. Trotzki (1879-1940), el creador del Ejército Rojo, fue un genio de la organización y la estrategias militares; pero, en su calidad de Comisario del Pueblo para el Ejército y la Marina y Presidente del Soviet Supremo Militar, ordenó el 8 de agosto de 1918 la erección de “campos de concentración” no sólo para “saboteadores y oficiales contrarrevolucionarios”, sino para los “parásitos sociales” y todo aquel opositor que saliese con vida de un juicio militar sumario. Esta actitud se inscribe en su vehemente rechazo a toda manifestación de rebeldía e insubordinación contra sus ideas y órdenes, aunque sea sólo en el campo intelectual.

La historia posterior del trotskismo y de la IV Internacional - una historia de mezquindades ridículas y escisiones pintorescas, que nada aportó al florecimiento de un marxismo crítico- tiene que ver probablemente con ese espíritu de intolerancia y sectarismo, por demás cercano a las tradiciones rusas y asiáticas más habituales de su tiempo. En este sentido, no es de extrañar que Trotzki haya defendido la utilización de cualesquiera medios para alcanzar determinados fines, con el argumento de que ello ha sido lo corriente a lo largo de la historia universal. Aparte de celebrar el rol progresista de la violencia política, Trotzki compartió la difundida opinión de que los derechos humanos, la democracia representativa y el pluralismo ideológico constituirían meras formalidades con utilidad instrumental.

Trotzki impidió el surgimiento de un pensamiento genuinamente crítico al repetir hasta el cansancio los lugares comunes de su entorno: para superar el periodo de transición al comunismo pleno hay que restablecer las jerarquías y los castigos e instaurar una especie de dictadura pedagógica, donde la disciplina laboral resultaba indispensable. Las libertades laborales de los obreros en Occidente serían la manifestación de una crisis incurable. El mercado libre reflejaría la irremediable anarquía del orden burgués, y la polarización de clases en los países capitalistas avanzaría sin cesar. La dictadura pedagógica se aviene con la visión tecnocrática que tenía la cúpula bolchevique en torno al funcionamiento de la sociedad: una élite de militares, políticos y gerentes es imprescindible porque la masa de los simples trabajadores no se percata de los complejos problemas asociados a los procesos productivos y administrativos de un Estado moderno.

Casi todos los marxistas rusos sostuvieron que las decisiones del partido comunista eran la encarnación de la verdad. Esta no se conocía a través del análisis teórico o el debate libre de puntos controvertidos, sino mediante las determinaciones del comité central. En mayo de 1924, cuando los acontecimientos y su soberbia ya lo habían colocado en la oposición, Trotzki afirmó que “no se puede tener razón contra el partido” y que el partido siempre la tiene porque es “el único instrumento que la historia concedió al proletariado para resolver sus problemas”.

De acuerdo con casi todos los líderes comunistas, no se podía tener razón fuera del partido. El éxito posterior del stalinismo estuvo garantizado desde un primer momento porque hasta sus adversarios más lúcidos creían que el partido personificaba una verdad histórica superior y una forma de organización política más perfecta que todas las inútiles construcciones de la democracia formal y burguesa. No hay duda de que la cultura política del autoritarismo de la Rusia presocialista y la idea de la verdad histórica incorporada en la rígida estructura del partido favorecieron el surgimiento y la consolidación de la dictadura stalinista.

No es superfluo recordar que Lenin mismo coadyuvó a este resultado mediante su estricto control sobre toda actividad del partido bolchevique y su rechazo explícito a toda libertad de expresión y crítica en el seno del mismo, libertad que Lenin calificó tempranamente como oportunismo, eclecticismo y oscurantismo.

 
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