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[H. C. F. Mansilla]

Códigos paralelos de comportamiento en partidos políticos


El mediocre rol jugado por el Parlamento en los últimos tiempos, el comportamiento errático de los partidos y la carencia de visiones y programas en las jefaturas políticas constituyen factores que aumentan el descrédito en que se hallan estas instituciones desde hace ya varios años. Parece que estos organismos no están a la altura de las circunstancias históricas. Los partidos políticos no atraen a la mayoría de sus simpatizantes a causa de un programa específico para influir sobre el gobierno y las políticas públicas, sino a partir de consideraciones muy prosaicas, como la posibilidad de obtener un empleo o, por lo menos, alguna suerte de ingreso regular.

Otro motivo, en orden descendente de relevancia, es el acceso a una carrera en la administración estatal o en instituciones controladas por el partido en cuestión y, de ser factible, a aquellos puestos en la cúspide del Estado asociados al auténtico poder y al prestigio público. La práctica placentera y hasta libidinosa que brinda el ejercicio del poder político al disponer casi soberanamente sobre hombres y recursos fomenta sin duda el ingreso a estas organizaciones. Y el motivo menos importante es el propósito de transformar estructuras sociales signadas por la injusticia y el anacronismo. En suma: poquísimas personas se inscriben en un partido por móviles idealistas y por la intención de cambiar la propia sociedad.

Sostengo que en Bolivia los partidos políticos son instituciones donde predominan prácticas y normativas muy arraigadas y difíciles de modificar, cuyo carácter es básicamente conservador-tradicional, como el caudillismo y el prebendalismo, la propensión a la maniobra oscura y a la intriga permanente. Esto vale también y sin atenuantes para los partidos de ideología revolucionaria e izquierdista. Estas rutinas y convenciones no están codificadas por escrito, pero muy probablemente reglamentan la vida interna y cotidiana de los partidos, establecen las diferencias reales entre dirigencia y masa y atribuyen autoridad decisiva a ciertas personas. Estos hábitos perviven pese a todos los intentos de modernización y democratización.

Los militantes más exitosos son probablemente aquellos que tienen como metas normativas la consecución de dinero y poder, y para quienes los objetivos programáticos tienen un valor meramente instrumental. El saber manipular símbolos es algo muy útil para consolidar la propia posición dentro del partido y eventualmente dentro del gobierno, pero el cumplimiento efectivo de metas ideológicas no ocasiona preocupación alguna en el seno de estas agrupaciones.

Los partidos de orientación socialista no han sido diferentes. Es por ello que, fallecido Marcelo Quiroga Santa Cruz, casi toda la plana mayor del Partido Socialista se pasó sin muchos aspavientos a partidos más moderados o directamente al partido conservador por excelencia: el Movimiento Nacionalista Revolucionario. En sus comienzos los partidos radicales y socialistas fueron la manifestación de sectores postergados de las clases medias, que hasta entonces habían tenido una participación exigua en el manejo de la cosa pública. Conformaban una amplia contra-élite deseosa de ascenso social y económico, que no quería contentarse con roles subalternos. Y en cuanto contra-élite tenía poco que ver con los intereses de las capas inferiores de la población.

Pese a todas las reformas modernizantes, una antigua convención, válida por lo menos desde 1825, sigue vigente: el aparato estatal es visto como el botín de guerra que debe ser utilizado sin contemplaciones para el ascenso social. Como muchos miembros nuevos de los partidos no poseen fortuna personal en el momento de ingresar a los mismos, creen que tienen el derecho de apoderarse de fondos fiscales para mejorar de una vez y para siempre su situación económica y su status social. Así se perpetúa la inclinación a prácticas corruptas. Y así se desautoriza la credibilidad misma del sistema de partidos. La actividad política, en lugar de exigir abnegación e idealismo, se convierte en el medio más adecuado para vivir sin gran esfuerzo.

 
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