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[Harold Olmos]

Registro

Carta de Venezuela


El estado de una sociedad es visto con más claridad a través de relatos individuales. Los datos globales ofuscan los trajines del día a día, que son los que mejor la retratan. Recibí hace unos días de una amiga venezolana (reservo su identidad) una carta que, con serenidad y objetividad propias de una buena periodista, me cuenta sobre su país y su vida bajo una dictadura del Socialismo del Siglo XXI. Yo estaba preocupado porque hacía algunos meses que no recibía ninguna noticia de esta colega. Las líneas que leí y que comparto con ustedes me trajeron un cierto alivio, pero aumentaron la inquietud por la vida cotidiana en el país donde trabajé durante más de una década. Ana Frank, la joven holandesa que sobrevivió con su familia escondida en la buhardilla de una casa de Ámsterdam durante gran parte de la guerra, nos legó su diario; no nos habló de estadísticas ni de estrategias militares o de macro economía, sino de las penas y pequeñas alegrías de cada jornada. Fue la lucha cotidiana por sobrevivir con entereza la que llevó a los conciencias de todo el mundo el drama individual de vivir bajo la opresión de una dictadura. La carta:

“Recibe un abrazo y mi gratitud por tu sincero interés en lo que pasa en Venezuela. A veces no escribo porque tenemos dificultades serias con la señal de internet (muy errática y lenta) y porque no tengo nada que aportar a la comprensión de lo que sucede aquí.

Sabes bien que tuvimos unos días bastante agitados, con una movilización social inédita y con muchas esperanzas de que el régimen estaba agonizando. Pero las cosas derivaron de otro modo. Creo que perdimos (como ciudadanos de oposición) lo que nos quedaba de inocencia en cuanto a creer que los restos de democracia nos iban a permitir salir del atolladero. De pronto, también, como que entendimos (de verdad) que nuestra lucha no era contra Maduro y su gente solamente, sino que el gigante es tal porque es uno solo con los cubanos, rusos y chinos. Son como mucho -y con muchos intereses económicos- para una oposición que aunque mayoritaria numéricamente, no tiene ni las armas ni el apoyo real de gobierno alguno. La imposición de la Asamblea Constituyente y la indefensión total de los ciudadanos nos mandó de vuelta a las casas. Y aquí estamos, cada cual luchando para sobrevivir, literalmente. Hay un gran desánimo y ahora el asunto serio que nos amenaza es la gran y comprensible abstención en cualquier proceso electoral que sea convocado. La oposición política se divide entre abstencionistas y quienes queremos (con todo lo que ello implica) mantener la posibilidad de expresarnos a través del voto -que es la única vía que nos va quedando. Qué hará el gobierno con los resultados de los votos es otro cantar. Pero no seré yo (en mi caso) quien deje de votar.

Por otra parte, vemos con alegría cualquier gesto de la comunidad internacional contra el gobierno o los funcionarios, pero sabemos que eso no hará mella en nuestra realidad cotidiana. Se agradece, pero no vemos cómo pueda servir de algo para que esta locura cese.

En lo personal, por primera vez en mi vida estoy en un estado anímico muy bajo y a veces tengo pesadillas. Pero gracias a mi trabajo espiritual cotidiano logro salir de nuevo a flote e imponerme ante la desolación del alma. Mis hijas quieren que dejemos el país, pero mi marido y yo lo hemos descartado mientras se pueda vivir, pues no tenemos ahorros para comenzar una vida medianamente cómoda en otro lugar. Aquí por lo menos tenemos vivienda en un lugar hermoso, tenemos nuestro vehículo (con dificultades crecientes para conseguir repuestos) y ambos tenemos las pensiones que traducidas a dólares dan risa. Ambos somos doctores y jubilados como catedráticos de la universidad, pero en bolívares nos alcanza para una vida modesta sin sobresaltos y pagarnos los seguros médicos, la alimentación y las medicinas.

NO me gusta quejarme, nunca me ha gustado. Y esta situación me ha llevado a la queja constante. Cuando me veo a mí misma así, me detengo y digo basta. Esa es una de las razones por las cuales he dejado de escribir, en general. Para no cansar a mis amigos.

Pero ahora quiero que me escribas y me cuentes de ti, qué estás haciendo y cómo ves las cosas.

Te mando un gran abrazo”.

 
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