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[Álvaro Zuazo]

Políticamente incorrecto

Revolución Rusa


Escaso entusiasmo parece haberse suscitado alrededor del cumplimiento de los 100 años (el 7 de noviembre) de la Revolución Rusa que llevó a Lenin al poder. Poco ha trascendido, por ejemplo, del diálogo que sostuvieron al respecto el vicepresidente y el jefe del partido chavista español Podemos, Pablo Iglesias.

En el mundo desarrollado, ha tenido menor difusión incluso, seguramente porque allí difícilmente haya gobierno alguno que defienda ese legado. Y esto pese a su importancia en la historia universal. No por generoso, sino por estar cargado de horrores y de inhumanidad. Baste señalar que, como afirma el historiador hispano César Vidal, sin la Revolución Rusa no hubiera habido lugar para el fascismo que llevó a la humanidad a la Segunda Guerra Mundial.

El fascismo en Italia y Alemania sólo puede entenderse como un nacional-socialismo que encontró su justificación al oponerse al internacionalismo revolucionario. De hecho, la socialdemocracia alemana ya había dejado atrás al marxismo, particularmente la convicción de que el proletariado mejoraría sus condiciones de vida mediante la revolución.

Sea como fuere, al estado mayor que comandaba al ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial poco le interesaba no coincidir con Lenin; sí inocular sus ideas en Rusia para que ésta termine por dar la espalda a sus aliados: el Reino Unido y Francia. Sin la ayuda que Alemania brindó a Lenin, el revolucionario no hubiera podido liquidar al gobierno del moderado Kérenski.

Y ya entrados en la violencia revolucionaria, dudo que los leninistas de hoy quieran considerar a las víctimas que dejaron las chekas (centros de tortura), los gulags (lugares de confinamiento), la persecución religiosa y política y las hambrunas a las que fueron sometidos el pueblo ruso y sus vecinos para la imposición de eso que debía ser el paraíso marxista en la tierra.

No es nuevo esto de esconder a las víctimas para endiosar a los victimarios. El socio político de Iglesias en España, Alberto Garzón, comunista y admirador de Lenin como él, opina que Vladímir Ilich Uliánov (su verdadero nombre) ha sido uno de los más grandes próceres de la historia de la humanidad.

El propio Iglesias utilizaba algo de la simbología y ritualidad bolchevique hasta no hace mucho, cuando empezó a caer en las encuestas acusado de complicidad con el separatismo catalán y de pretender dinamitar el régimen heredero de la transición española a la democracia, hace 40 años, en busca de la instauración de un socialismo populista y autoritario como el de Maduro.

Lo cierto es que Iglesias busca desesperadamente el poder, como hace un siglo Lenin, pero cada vez queda menos claro para qué.

Lenin sí lo sabía: pretendía instaurar un régimen igualitario a sangre y fuego sobre la base de la persecución al capital, al imperialismo del que era eje y al régimen burgués, su principal actor y cómplice. Un régimen colectivista sin rastros de libertades. Un régimen que se adueñara de la conciencia del hombre, como religión totalitaria, laica y atea.

Los aún leninistas tampoco suelen hablar con claridad sobre las razones de por qué esa maquinaria cayó en 1989-90. Hacen con frecuencia una división engañosa: uno es el marxismo teórico y otro es el real. Como si se contrapusieran. Pero no es cierto: el único socialismo posible es el real y la única manera de imponerlo es mediante la violencia, de todo tipo, para someter a la naturaleza libre del hombre. Hoy también se extiende una nueva falsedad sobre la revolución: trata de diferenciar a Lenin de Stalin en cuanto al ejercicio de la violencia. Lenin habría sido un humanista y Stalin un sanguinario.

Basta con repasar algunas cifras para acabar con esa cantinela. Entre 1917 y 1924, cuando se produjo el deceso de Lenin, ya habían muerto alrededor de 10 millones de personas en Rusia. Más de la mitad, de hambre, uno de los métodos favoritos del revolucionario para acabar con opositores e insumisos.

 
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