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[Ignacio Vera]

La espada en la palabra

Nuevas perspectivas


Hemos venido esperando una mejor política, pero no hay ideales. Se pide, pero no se hace ni se crea. Nuestros confines no son los de los mapas de Bolivia, sino los de la frente del adversario, manchada de injuria y lodo. No se ve, no se escucha ni se estudia.

Este país no es lo que podría haber sido, ni lo que los más grandes de sus hombres hubieran querido que fuera. Se ha esperado siempre el regalo del mañana y se ha tenido una fe en el futuro más anodina que la que tienen los religiosos extremadamente fanáticos, y precisamente por esto, esperábase para este país marchito algún buen régimen que diera un salto hacia adelante. Ese régimen no llega desde los días de la Revolución de Abril y los más altos ideales de libertad se quedaron inscritos en las tumbas de Bolívar y Sucre.

Llegaron, una tras otra, las tristes lecciones de la historia. Quien se acuerda de 1899 sabe que las secesiones no vienen porque sí ni se realizan para nada. 1899 no dividió Bolivia, y hasta se diría que la unió más; pero el fin de la mayoría de las guerras civiles es el de la segregación social y geográfica, y son la síntesis de los malos manejos de la cosa pública, esto cuando los Estados son conglomerados sociales congruentes. Expliquémonos: Cuando un Estado existe como una amalgama incoherente y terca de naciones dispares, la guerra civil y, por tanto, la secesión, puede verse como un éxito que logra ser catalogado como revolucionario. ¡Pero Bolivia no es una nación-fracaso, y de lo que carece no es la fuerza motriz!, y por tanto, cuando ocurra la guerra civil, será por la estulticia de quienes la gobiernan.

Dando que somos un país de grandes paradigmas impuestos por distintos bandos políticos, se intenta todo y no se lleva a término nada. Todos han perorado sobre los efectos técnicos (jurídicos, políticos y económicos) que pudieran tener las tentativas de la reproducción en el poder, pero pocos han dicho que la más terrible consecuencia podría ser la guerra entre coterráneos. Y éste sería el mayor error histórico al que se sometería la nación.

La oposición al régimen tampoco debiera sentirse bien ni muy segura de sí misma, porque pocas oposiciones políticas en el mundo deben ser hoy tan vacías de cuerpo y de doctrina como la que se tiene en el país. Pocas en la historia de los pueblos debieron haber sido tan inservibles. Podría decirse que la oposición boliviana es la encarnación de la voluntad de los débiles. ¡A eso se ha reducido Bolivia! ¡Cuántos años esta pobre patria ha estado en manos de la imbecilidad y la avidez y bajo el lente de unos cuantos castrados! Y por su misma desventura de toda la vida, esta tierra impulsa a las nuevas generaciones a comprenderla y llevarla adelante, y por esa tragedia es la tierra más adorable de todo el Sur.

Hay (tiene que haber) una generación más nueva y más genial que sabe su papel. Debemos formar una generación más culta, más honrada, para que sea la que nos gobierne mañana. Cuando esté bien conformada esa generación, tendrá ya el derecho de apoderarse de su puesto. Nos han echado a perder la patria unos tres o cuatro políticos mesiánicos; ¿por qué no tendríamos nosotros el derecho de poder dirigirla y levantarla? Tenemos, las generaciones jóvenes, el derecho de saber lo que habéis hecho a este pueblo, expoliándolo de su propia tierra e imponiéndole gabelas dudosas y humillantes, sin haberle dado ni un poco de esplendor ni gloria. Porque debemos comenzar a pensar en un cambio total de la casta dirigente, nosotros seguiremos aquí, preparándonos, y no únicamente como teóricos o poetas, sino también como actores, para ejecutar y transformar las cosas desde abajo, porque, como decía el buen Goethe: “No basta con saber, se debe también aplicar”.

 
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