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La democracia como justificación del autoritarismo

Nicómedes Sejas T.

El antineoliberalismo del MAS, y su intento de sustituirlo con el socialismo comunitario, ya forma parte de las inflexiones de la historia de Bolivia, parte de la historia de las escasas oportunidades de cambio que terminaron en otro fracaso.

El fin de aquella inflexión histórica no puede ser la vuelta al neoliberalismo, por lo que la propaganda antineoliberal ha dejado de ser creíble y rentable políticamente, por la sencilla razón de que la propensión al autoritarismo del actual régimen solo puede derivar en una solución no regresiva, democrática; un concepto que merece un esclarecimiento oportuno por la confusión en que han caído los descontentos, frustrados con el socialismo comunitario.

Durante la última década, el rol electoral del indígena ha sido decisivo en la mayoría que le abrió el camino exitoso hacia el poder a EMA, conformándose con una participación simbólica en él, y la presencia de los dirigentes cocaleros en el gabinete diluyéndose tempranamente. En este trance, el socialismo, como discurso y como práctica, ha convertido la aspiración de los marginados en una fugaz y lejana esperanza; luego una insensible e indolente burocracia tomó el lugar de los indígenas descolonizadores. La democracia como medio de descolonización no pudo resistir su sesgo socialista hasta vaciarse de sus contenidos principistas y deslegitimarse como la aspiración del movimiento indígena.

El socialismo comunitario y su giro autoritario, anquilosado en sus promesas de hace una década intenta aferrarse al poder aún sin justificación, pero convencido de su posibilidad de transformar sus fracasos y su agotamiento en un promisorio futuro ante su electorado, con el aparato del estado a su disposición, la supresión de la independencia de poderes, uso de recursos públicos sin fiscalización, control de los medios de comunicación con fines propagandísticos y la asociación corporativa con los movimientos sociales con medios prebendales (base electoral del MAS).

En la actual coyuntura no es suficiente contraponer la democracia contra el autoritarismo del actual régimen, también es urgente depurar conceptualmente las ambigüedades de la democracia, ocultas por la predilección de los políticos en usar el concepto de democracia abstractamente en sus alusiones contra el autoritarismo.

El indígena, el único interesado en las reformas de descolonización por la vía democrática, desde el voto universal, fue la mayor fuente de legitimación del poder, no obstante el cercenamiento de la soberanía popular, al ser solo elector sin ser elegido, anomalía que fue corregida con la participación popular, la más importante reforma política de la década del 90 del Siglo XX. Total, aquel encantamiento de votar rompía con el voto calificado, aunque sus efectos políticos tardarían en madurar su cualidad de elegibilidad.

De hecho, la democracia en manos del indigenismo de izquierda no es más la esperanza de los marginados, sino el instrumento de nuevas postergaciones; se ha convertido en el nuevo refuerzo de la desigualdad del colonialismo interno, o un medio para defender los privilegios de la nueva élite surgida en torno al poder.

La democracia abstracta, tal como actualmente la contraponen al autoritarismo indigenista algunos opositores, arrebatada a sus principales propulsores, y con el olvido de sus orígenes sociohistóricos y su fin descolonizador, termina siendo una contraposición vacía, como la simple querella por el poder de todas las expresiones indigenistas.

La democracia abstracta carece de contenido en sí mismo y por tal razón puede ser también invocada por el oficialismo como maquillaje o excusa de su vocación autoritaria. El concepto de democracia tampoco se reduce a sus principios generales admitidos discursivamente; para ser la alternativa efectiva frente al autoritarismo debe tomar su contenido de las luchas indígenas y populares.

La democracia solo puede ser la alternativa frente al indigenismo como programa de ciudadanización plena de los marginados, como instrumento de descolonización viable, como la continuación de la experiencia del sindicalismo independiente (Genaro Flores) y el movimiento katarista, cuyas propuestas de reforma fueron realizaciones irreversibles en la democratización del poder (ley de participación popular, reconocimiento constitucional de las TCOs).

La democracia debe dejar de ser una invocación abstracta para desbaratar cualquier brote de autoritarismo, recuperar su legitimidad indígena-popular y su fin descolonizador.

 
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