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Entre ramos y clavos

Marcelo Miranda Loayza

La Jerusalén del Siglo primero vivía la pascua de forma peculiar, la calidad de ciudad cosmopolita hacía que sus calles se encontrasen llenas de gente, no solo de fieles devotos, sino también de comerciantes que provenían de distintas partes del mundo. De esta forma la Pascua no solo era una festividad religiosa típicamente judía, también se constituía en todo un acontecimiento social y comercial.

La gente vendía y compraba no solo las ofrendas requeridas para el templo, también se comercializaba especias, telas, etc., sumado a esto, la ciudad vivía en una fuerte tensión político-religiosa debido al férreo dominio que ejercía el Imperio Romano en toda la región. Jerusalén era una bomba de tiempo, tanto las autoridades religiosas (sanedrín) como el Procurador romano (Pilatos) lo sabían muy bien, por esta razón la ciudad se militarizaba para la Pascua, situación que era vista como una grave ofensa por el pueblo judío.

Jesús sabía muy bien de esta convulsión y aún así decide ir a Jerusalén, obviamente sus amigos más cercanos no entendían está decisión, pero aun así la aceptaron. Ellos veían en ese humilde carpintero de Nazaret a su Mesías prometido, es decir ese “ungido de Dios” que venía a liberarlos del yugo romano y del abuso de las clases religiosas.

Su entrada a Jerusalén no pasó desapercibida, entró por la denominada Puerta Oriental o Puerta Dorada, por la cual según la tradición judía debería entrar el Mesías en gloria. La gente emocionada puso sus mantos y varias palmas para que fungiesen como alfombra, y entre gritos de hosannas Jesús entró en Jerusalén, provocando con esto la molestia del poder religioso y del gobernador romano.

Las personas que recibieron a Jesús en su entrada a Jerusalén si bien conocían de sus milagros y enseñanzas no eran realmente sus seguidores, en todo caso, éstos pensaban que entrar a la ciudad de esa manera tan frontal y provocadora era señal inequívoca de que Jesús era el Mesías prometido que venía a liberarlos del yugo romano y del peso abrumador que la ley judía imponía a los más humildes.

Judas, amigo y apóstol de Jesús, decide traicionarlo a cambio de algunas monedas, los evangelios presentan distintas explicaciones sobre este hecho. Juan describe a Judas como un ladrón ambicioso, lo cual llevaría a pensar que fue el dinero la causa principal de su traición, mientras que Lucas señala que fue poseído por el demonio y que fue éste el que lo obligó a traicionarlo. En todo caso Jesús es llevado a juicio, el mismo que es dado de forma sumamente extraña, fue realizado de noche, horario poco adecuado para un juzgamiento y encima no estaban todos los miembros del sanedrín. Lo que sigue es por demás conocido.

Jesús es sentenciado a morir en la cruz como si se tratase de un criminal, nadie lo defendió, muy posiblemente porque el pueblo judío se sintió decepcionado, no podían creer que su Mesías fuese flagelado, torturado y encima condenado a morir en la cruz. Ellos esperaban que el Ungido de Dios fuese un guerrero poderoso y no un condenado a muerte, de esta manera los hosannas se convirtieron en insultos, los mantos en espinas y las palmas en clavos.

Jesús en la cruz abrió las puertas de la muerte, pasó por ellas y venció su dominio, la salvación es por ello sinónimo de humildad, sacrificio y entrega; la resurrección resulta ser el culmen del sacrificio divino, donde el silencio de Dios en la cruz se transforma en una hermosa sinfonía de amor.

Entre ramos y clavos Jesús nos salvó, su silencio salió airoso y su amor incondicional nos lavó de nuestras faltas, su entrega fue total, nada guardó para sí, por ello su victoria fue definitiva, es por esto que SU AMOR siempre tendrá la última palabra.

El autor es Teólogo y Bloguero.

 
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